Página de cuento 672

Ciudad Yogur – Una historia de amor, de locura y de leche. Parte VI: Esposas

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com

En el salón de esposas había de todo: algunas sensuales y exigentes, otras con rostro cansado, miradas lejanas y otras vivaces, muy jóvenes, maduras y ancianas. Todas tenían sus particularidades, su personalidad, sus virtudes y defectos. Incluso había esposas adúlteras, que hacían del engaño un arte. Cada una de ellas, identificadas con un número de 9 cifras y tres letras, tenía su propio manual de uso. El sistema de alquileres y venta de parientes y allegados, a esta altura de la civilización, estaba en un punto casi perfecto: no se escapaba ni un solo detalle y cada persona en alquiler estaba perfectamente catalogada. No se aceptaba, bajo ningún concepto que un cliente fuera estafado en su buena fe. Y tampoco se parecía en nada al antiguo método milenario conocido como prostitución, la cual había sido completamente erradicada, al menos, de las grandes ciudades del mundo. Lo único en que se parecía a aquella era en el hecho de que, al fin y al cabo, tanto el sistema de alquileres de subciviles y la prostitución eran meras operaciones comerciales desprovistas de todo sentimentalismo, pero el sistema de alquileres protegía a ambas partes, valoraba a la persona-objeto que se comercializaba, no permitía el maltrato a menos que el manual de uso así lo indicara, no aceptaba y se consideraba un delito entablar una relación afectiva entre las partes, pero al mismo tiempo aseguraba a ambos una buena relación, apuntando esencialmente a mejorar la calidad de vida de todos. Todos, absolutamente todos los seres humanos debían vivir, desde los 7 años, solos. Cada uno era una unidad que, a lo largo de su vida, experimentaría los pasajes habituales de la existencia de un ser humano, lo cual estaba perfectamente establecido en el nuevo Código Civil y Subcivil, pero nadie estaba autorizado a introducir personas amadas en su vida. Esto se consideraba, lisa y llanamente, un delito grave. Por supuesto, como en toda sociedad, había quienes no aceptaban estas reglas y aducían que iban contra la condición humana, contra el gen universal. Pero también, otro grupo de intelectuales, consideraba que esta aparente ruptura con la característica principal del hombre y la mujer (vivir en comunidad, formar familia, tener hijos, etc.) muchas veces en el pasado había sido violada por leyes no escritas y aplicadas solapadamente y, en definitiva, que siempre los poderosos habían intentado, bajo un gran manto de hipocresía, romper con las uniones afectivas de la gente, porque aquello iba contra sus propios intereses.
Era una discusión sin fin, y lo fue durante años, hasta que el gobierno impuso por la fuerza el nuevo código, y nadie tuvo derecho, nunca más, a cuestionarlo. Y así, en la actualidad, se pensaba que era lo mejor, y pocos veían otra alternativa, y esos pocos, de una forma u otra, se iban eliminando. Por mi parte, tenía mis dudas acerca de este sistema anti-sentimientos, muchas veces me encontré angustiado por la soledad a pesar de estar en compañía de alguien alquilado, pero me mantenía en silencio y seguía la corriente. Mi misión era luchar contra el delito afectivo, y me sentía bien con mi trabajo. Pero creo que en el fondo tenía miedo.
“¿A cuánto está aquella señorita de origen asiático de 32 años, que duerme hasta tarde, le gusta cocinar, practica ebru y tiene un carácter tranquilo pero un poco histérico?”
“A ver, a ver… Bien, el precio es de 250 tronchos al mes, pagaderos entre el uno y diez de cada mes, con una multa por mora del 0,5% diario. Pero le comento que esta semana hay una promoción de alemanas y neozelandesas, con descuentos de hasta el 15%, por si le interesa.”
“No. Me llevo a la asiática.”
“Perfecto, espere un momento mientras le aviso a la muchacha que se prepare para su nueva vida. Mientras tanto, pase por la oficina así le preparan y firma el contrato. Es allí, pasando el salón de suegras, frente a la sección de compra-venta. Pregunte por la señorita Chicha que le hará los papeles. De paso, le recomiendo degustar nuestro batido de leche y vainilla que es de lo mejor de Ciudad Yogur, se lo aseguro. Y muchas gracias por su compra, es decir, por su alquiler. Y dígame, ¿Cómo se va a llamar su nueva esposa?”
“Gladys.”

Continuará…

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