Página de cuento 670

Ciudad Yogur – Una historia de amor, de locura y de leche. Parte IV: Tetildo

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com

Me incorporé para entrar a la oficina de Tetildo, y en ese preciso momento, se escuchó desde adentro de la oficina un grito y la rotura de los vidrios de una ventana. Me acerqué a la puerta y golpeé.
“Pase Albert, si es tan amable.”
Abrí la puerta y dije “Permiso”. La cortesía y los buenos modos debían mantenerse a pesar de toda esta realidad negativa que nos circundaba y que invadía todas nuestras acciones. Era un mundo cruel, pero no por eso debía ser, además, grosero.
La oficina estaba algo desordenada, muchos papeles en el piso, manchas de sangre en las paredes, y Tetildo apoyado en el marco de la ventana rota y mirando hacia la calle.
“Por favor, tome asiento Albert.”
Me acerqué a la silla del escritorio y me senté. Albert me hablaba, sin sacar la vista de la calle, allá abajo.
“Le pido disculpas por el desorden, pero esto es inconcebible. El servicio de limpieza está cada vez peor, mire lo que es mi oficina. Y ni hablar de la calle. Todavía no levantaron a los dos gemelos que tiré ayer por la ventana, desde acá veo sus cuerpos sobre el techo de un Fetrulán 3CV rojo. Y qué esperar ahora, que acabo de tirar a una caucásica de 30 años que atendí recién, antes de usted.”
Tetildo caminó casi de espaldas, sin sacar la vista de la ventana, como resignado, y se sentó frente a mi.
“Sabe que pasa, Albert, lo que pasa es que no doy abasto. Es mi deber impartir justicia, lo sé, y dispongo de todos los medios necesarios para ello. Pero a veces, un funcionario responsable como yo no puede delegar algunas cosas. Esta mujer, por ejemplo, había sido alquilada como madre de un niño de 8 años, y fue denunciada por una vecina por haber detectado exceso de cariño hacia el jovencito. La mujer se había encariñado con él. ¿Puede creerlo? Por eso que el mundo está así, todo patas para arriba. Estas actitudes transgresoras, sobre todo de los subciviles, son las que contribuyen a la decadencia de nuestra civilización y su cultura. ¿Cómo se le va a ocurrir a esta mujer tomarse semejantes atribuciones, semejantes libertades, y encima, con un niño? ¿Qué es lo que queremos enseñarle a nuestros jóvenes, los ciudadanos del futuro? Ahora bien, la mujer, alquilada por dos meses, al poco tiempo lo acariciaba, lo consentía, ¡hasta se comenta que llegó a besarlo en la mejilla! Una locura desde todo punto de vista. Bien, ¿Acaso usted cree que ella merecía un juicio justo, una corte de familia que la condene, con todas las demoras, los gastos, los contratiempos y la burocracia que eso conlleva? Puede criticarme, estimado Albert, puede juzgarme y tildarme de cruel, de inescrupuloso, pero le aseguro que no es así. Lo mío es ver la realidad como tal y actuar. Más aún, tuve la piedad de preguntarle a ella misma si prefería un juicio o bien consideraba mejor ser ejecutada en este preciso momento, a lo cual ella optó por la segunda opción.
Así que la tiré por la ventana. Y para complacerla, tuve que romper de nuevo el vidrio que esta misma mañana me habían cambiado. Y con el frío que está haciendo. Hace unos años, a esta altura de la primavera, salíamos a la calle en remera. Y ahora, hielo y nieve por todas partes. ¡Qué tiempo loco! ¿No?”
Me recosté en la silla, me subí el cuello del sobretodo y metí las manos en los bolsillos. La nieve caía cada vez con más fuerza. A lo lejos, sonó la sirena de un camión de los francotiradores voluntarios. Disparaban con lanzallamas a las esquinas congeladas mientras la gente se amontonaba a su paso a observar el espectáculo.
“Sí, es verdad. Con este asunto del enfriamiento global, el tiempo está cada día más loco.”
“Eso y los plurisexuales están arruinando al mundo. Habría que encerrarlos a todos juntos en una isla y prenderla fuego.” Contestó Tetildo sin mirarme. Francamente, era una basura. Luego, apretó el botón del control remoto de la secretaria.
“Teté, dos yogures descremados, por favor. Gracias.”

Continuará…

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