ANIVERSARIO EN PARIS - DÍA 04

Un amor más allá de París

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Carmen y Atilio Lampeduzza cumplen 25 años de casados y el sueño de Carmen fue siempre festejar sus Bodas de Plata en París, y están en el Viejo Continente, pero esta vez solos, Albina y Ramiro se quedaron en la casa de los abuelos en Buenos Aires. Hoy es su día de aniversario, pero el taxista los dejó a 15 cuadras del barco que deberían abordar para la cena de festejo.
Atilio le dio un beso en la mejilla y le dijo que siguiera caminando río arriba, que él se iba a adelantar corriendo hacia el Pont des Arts, donde amarraba el Bateau Calife. Tomó coraje y comenzó una carrera alocada junto al Sena.
Pasó un puente, iba a pasar el segundo puente cuando se quedó definitivamente sin aire. Se detuvo un instante, se agachó y se dio cuenta de que no iba a poder llegar. Que se había colgado discutiendo con una cajera francesa por tres euros en un supermercado y por eso no iba a llegar a la cena de su aniversario. Levantó la cabeza, respiró con fuerza y volvió a correr.
Al llegar al tercer puente vio entre las nubes que se le comenzaban a formar ante los ojos el azul del barco. Todavía estaba ahí, y la planchada seguía apoyada en el muelle. Inspiró con dificultad y encaró la escalera kilométrica de piedras. Después sabría que veinte metros más adelante había otra hacia adelante, no como esta que lo hizo retroceder otros cincuenta metros.
Junto a la planchada había un francés enorme, más un marine americano que un maitre parisino.
– ¿Lampeduzza?
– Ajjjj…
– Do not worry, you did it.
– Ajjjj…
Se sentaron a su mesa y el barco partió. Cuando recobró la conciencia, Atilio se dio cuenta del calor fenomenal que hacía adentro del barco. Pensó en decirle a su esposa que menos mal que no se había puesto la camiseta que había comprado, pero lo pensó mejor y calculó que no era un buen momento. En cambio le sirvió una copa de champagne para brindar entre las luces tenues del salón.
El barco partió hacia el este por el brazo sur del Sena junto a la Isla de la Citè, subió hasta la zona más moderna de la ciudad, y luego bajó por el otro lado del río, hasta la estatua de la Libertad, la original francesa, pasando por la torre Eiffel justo cuando comenzó a destellar.
Fue una noche maravillosa, como siempre la habían soñado, entrelazando sus manos, donde brillaban las nuevas alianzas que sellaban esos primeros veinticinco años.
Volvieron caminando, apenas entre susurros, rozando los pies los adoquines húmedos, pasando debajo de los balcones floridos, sosteniéndose entre ambos, alargando ese día de aniversario y descubriendo en cada esquina a la torre Eifell que los espiaba entre los edificios, sin duda celosa de ese amor ajeno.

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