Página de cuento 665

Moza 1

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

La realidad puede observarse, bien mirada, casi como en un televisor de 46 pulgadas. Casi, porque acá no existe la posibilidad de cambiar de canal, de avanzar lentamente hasta el 65, saltear hasta el 98, pasar el 99 y continuar con el 2 (el 1 no tiene señal). Tampoco se puede hacer zapping frenético, acá todo es en tiempo real.
Sin embargo, siempre existe la posibilidad de tomar una decisión alguna vez y, por ejemplo, cambiar de vereda, de cuadra, cambiar varias cuadras. Y los canales que se ven son bien distintos. Y aquí, gracias a Dios, se puede cambiar bastante la sintonía y poner el canal del mar, una programación rara, siempre lo mismo, siempre lo mismo, pero siempre interesante. Hace frío, es invierno, la playa está desierta, pero no, mirando bien se la ve bastante concurrida: hay unas gaviotas, unos flamencos, unos caracoles, unos cangrejos, varias peces, unas lagartijas escondidas en los yuyos de los montículos de arena. Pero parece desierta: no hay gente, y nuestra tendencia cultural nos lleva a considerar desierto todo lugar donde no haya gente, pero para las gaviotas debe estar bastante concurrida, y para los peces, demasiado activa.
Faltan todavía unos meses para que vuelvan los senegaleses vendedores de relojes y joyas, falta todavía. Pero aunque está fresco, el sol ilumina, la energía solar se manifiesta en todas las aristas de las cosas iluminadas, que brillan. Pegado a la arena hay un establecimiento gastronómico, buen lugar para desayunar.
“Buen día, ¿Qué se va a servir?”
Una señorita muy bonita, con un delantal verde y un pañuelo en el pelo me recibe rápidamente ni bien me siento al costado de una mesa.
“Nada, no quiero nada. ¿Me alcanza el diario?”
“Sepa disculpar, señor, pero en este lugar la disponibilidad de muebles, cubiertos y servicios, entre los que se incluyen los diarios locales y alguno que otro del extranjero, si consideramos extranjero a Buenos Aires, por ejemplo, e incluyendo además las paredes, el piso y el techo del establecimiento y mi presencia y dedicación para servirlo, son a cambio de que usted realice una consumición, frugal si se quiere, en la cual usted deberá abonar un precio que permita sostener toda esta tremenda infraestructura. Por lo tanto, reitero mi pregunta inicial: ¿Qué se va a servir?”
“Siendo así, y revisando la magnitud de semejante emprendimiento, no puedo negarme a su petición, evidentemente he incurrido en un error al rechazar un desayuno a las once de la mañana, pero diré en mi defensa que no es una hora del todo habitual para desayunar, y tampoco lo es para almorzar, las once de la mañana es una hora que, en relación con las comidas, se muestra totalmente incierta. Pero usted tiene razón. Déme un café con leche con seis medialunas dulces y seis saladas, un jugo de naranja, tres tostadas con mermelada de arándanos, un pote con dulce de leche y otro con crema chantilly, dos huevos fritos, y una picada de mariscos con vino de la casa.”
“¿Y de postre?” “Un bombón suizo” “Café para la sobremesa” “No, un té con limón y un frasco grande de hepatalgina. Pero tráigame dos diarios por favor.”
Cada uno que hace algo se cree que lo que hace es importante, y eso, aunque un poco egoísta, no deja de ser muy bueno. Es necesario tener alta la autoestima en este mundo tan competitivo. “Aquí tiene el café con leche y las medialunas.” “Disculpe, una pregunta ¿Acá se puede sumergir la medialuna en el medio líquido y luego llevarla chorreando a la boca, sin que esto atente contra los usos y las buenas costumbres del local?” “Todo se puede hacer, no sólo acá, sino en cualquier lado. Si al resto de los parroquianos, o a alguien, le molestara su accionar, no es problema suyo, ya que usted, mojando la medialuna, no atenta contra las libertades individuales del resto.” La moza se acomoda el moño de cinta del delantal en la espalda, el delantal que al principio me pareció verde, pero que ahora es borravino. Cualquier otra cosa que necesite, la llamo.
Continuará…

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