ANIVERSARIO EN PARIS - DÍA 05

Entre palacios, jardines y japoneses

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Carmen y Atilio Lampeduzza cumplen 25 años de casados y el sueño de Carmen fue siempre festejar sus Bodas de Plata en París, y están en el Viejo Continente, pero esta vez solos, Albina y Ramiro se quedaron en la casa de los abuelos en Buenos Aires. Hoy les toca conocer los palacios de Versalles.

A las ocho de la mañana, Carmen mirando el cielo despejado por la claraboya de la buhardilla parisina, sacudió suavemente el hombro de su esposo. Cero respuesta. Puso un poco más de empeño. Nada, un suave ronquido. Se incorporó en la cama, olvidó el despejado cielo europeo y la emprendió concienzudamente en zamarrear a su pareja.
– Vamos, Atilio, ¡dejá de dormir!
– Pará, pará, Carmen, ¿qué pasa? ¿se incendió el edificio? ¿nos atacan los vikingos?
– No, Atilio, que tenemos que ir a Versalles y no pienso tomarme otro taxi porque se hizo tarde porque te quedaste dormido.
Escrito así pareciera que fue una chicana agresiva e hiriente, clavada en lo profundo de la conciencia de por sí ya bastante cachuza de Atilio, y efectivamente lo fue. Pero más allá de lo pertinente o no de la chicana, dio resultados y al rato estaban desayunando en el Mc Donalds de la esquina.
– ¿Dónde queda Versalles dijiste?
– En Versalles, Atilio, ¿dónde va a quedar?
– ¿Y cómo vamos?
– Tomamos este subte acá enfrente, hacemos combinación en la Gard du Nord y ahí agarramos el tren y en media hora llegamos.
Efectivamente, en menos de media hora estaban caminando con la marea de gente por Versalles hacia la entrada del Palacio.
– ¡Miércoles! ¿Qué pasa hoy? ¿Juega la selección en los jardines de Versalles? ¿Regalan la entrada?
– No, Atilio, es así siempre. Versalles es uno de los lugares más visitados del mundo.
Respirando hondo se pusieron en la fila, que comenzó a a avanzar a paso de marcha.
– Bueno, por lo menos va rápido… ¡Epa, señor, qué bicho le picó a usted!
Un personaje bajito, de marcados rasgos orientales, le había clavado inmisericordiosamente un paraguas amarillo debajo del omóplato derecho. Y, al correrse Atilio, aprovechó para pasar y detrás de él, unos cincuenta orientales más, con la mirada perdida como si realmente no supieran qué estaban haciendo ni a dónde iban ni quiénes eran.
– Pero… ¡Habrase visto tamaña caradurez! ¡Eh! ¿A dónde se piensan que van?
Pero el grupo de avanzada oriental ya estaba como cincuenta metros adelante, introduciéndose cual cuña entre la fila de personas sin mediar palabra ni reclamo.
– Te juro que no entiendo cómo perdieron la guerra… -le dijo Atilio a su esposa y siguió refunfuñando cosas por el estilo hasta que finalmente, cuarenta minutos después, estaban entrando al palacio.
Una vez dentro, los Lampeduzza siguieron sufriendo diversos y variables embates asiáticos, por lo que recorrieron los palacios y los jardines, un poco disfrutando las obras de arte y la historia y otro poco mentando a cuanta dinastía china recordaran.
Lo que sí descubrieron es que Versalles tiene una escala completamente desproporcionada y alejada de cualquier concepción humana, no sólo en el tamaño de las puertas y salones, sino en todo lo que respecta a medidas, desde las distancias apoteóticas a las camas, que son diminutas. Después se enterarían que en aquella época no sólo las personas eran bastante más petisas que en la actualidad, sino que dormían casi sentadas sobre almohadones porque pensaban que podrían morirse si durante el sueño se les iba la sangre a la cabeza.
Recorrieron el Palacio, el Grand Trianon y el Petit Trianon y todos los jardines, incluidas las dos fuentes con aguas danzantes. Entraron pasadas las 9:30 y salieron a las 16:30, haciendo sólo dos paradas, una para comer unos sanguchitos que Carmen Había llevado desde París y otra para recuperar el aliento en un banco solitario al final de uno de los jardines.
Volvieron en el mismo tren, pero no directamente al departamento, se desviaroos con el subte hasta la plaza de la Ópera para reaprovisionarse de chocolate Lindt y de ahí se fueron caminando hasta el Forum de Halles, un shopping cerca del Pompidou. En el camino se encontraron con el Passage Choiseul, uno de los veinte pasajes cubiertos de París, antiguas galerías comerciales decoradas con techos de vidrio que fueron construidas en el siglo XIX dentro de los edificios de la ciudad.
A la noche, ya llegando al departamento con el único fin de caer rendidos en la cama, se volvieron a cruzar con un grupo de turistas japoneses. Atilio los miró atravesado mientras cruzaban la calle frente a ellos.
– ¿Dónde está la ballesta de Ramiro cuando uno verdaderamente la necesita?

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