ANIVERSARIO EN PARIS - DÍA 06

En bicicleta a visitar a Monet, Claude Monet

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Carmen y Atilio Lampeduzza cumplen 25 años de casados y el sueño de Carmen fue siempre festejar sus Bodas de Plata en París, y están en el Viejo Continente, pero esta vez solos, Albina y Ramiro se quedaron en la casa de los abuelos en Buenos Aires. Hoy les toca conocer el pueblo de Monet.

Carmen y Atilio ya estaban encaminados nuevamente hacia el Mc Donalds para arrancar de ahí el día, pero en la esquina, Carmen miró hacia la avenida de enfrente y dijo: “Pará, mirá, allá hay una boloungerie”.
Atilio, con la puerta en la mano, le respondió: “Pobre, ya se le va a pasar”.
– No, Ati, que es una panadería.
– Ah, ¿y?
– Que podemos desayunar ahí.
– Yo sé que en París la gente anda comiendo esas baguetes por todos lados, pero ¿te parece desayunar de parados?
Lo que Atilio no sabía, y Carmen sí, es que la mayoría de las boloungeries francesas tienen mesitas y sirven café, así que cruzaron la calle y antes de subir al subte hacia la estación Saint Lazare se embutieron una sucesión considerable de pastelería parisina.
A las 9:05 ya estaban llegando al pueblo de Vernon, justo en frente, del lado opuesto del Sena, de Giverny, donde vivió toda su vida el pintor Claude Monet.
– ¿Y quien era Monet, Carmen?
– ¿Viste el cuadro que tenemos arriba de la cama en casa?
– ¿El de las flores?
– Sí, Atilio, el de las flores, ese es Monet.
– Me gusta ese cuadro.
– Me alegro, Ati, porque está colgado desde que nos casamos, bueno, Monet pintó ese cuadro desde la ventana de su casa, frente a sus jardines, ahí vamos a ir. Ahora alquilamos unas bicis y vamos por ese puente y después…
– ¿Bicis?
– Bicis, Atilio.
– ¿No descubrieron los taxis todavía acá?
– Atilio, después del taxista de la otra noche…
– Bicicletas, ¿dónde se alquilan las bicicletas?
Así que, en un plan más que romántico, la pareja cruzó el Sena pedaleando y se internó en la campiña normanda hacia la casa de Monet.
Es un océano de flores, los jardines y los senderos son abrumadores, los colores parecen salidos directamente de la paleta de Monet, todo envuelto en un aura bucólica que sumerge al que llega en una de sus pinturas, los pájaros, los canales, el lago de los nenúfares, todo es casi mágico. Salvo los chinos, chinos everywhere.
A la vuelta, visitaron la tumba de Monet, junto a la iglesia dedicada a Santa Radegonde, que data del siglo XV y tiene una gran piedra en el frente, vestigio de un dolmen que tiene la reputación de sanar las enfermedades de la piel.
– Pero, Carmen, ahí en esa placa dice que cura las enfermedades de la piel…
– Atilio, te prohíbo terminantemente que te saques los pantalones en frente de la iglesia para pasarle el muslo por arriba a esa peiedra.
– Pero, pero, hace días que no se me va ese sarpullido, y ahí dice…
– Atilio, que te denuncio con las autoridades eclesiasticas.
– Pero…
– Mirá que grito, Atilio.
– Está bien, pero que conste que yo sólo quería poner en práctica las medicinas ancestrales de los druidas normandos.
Se subieron de nuevo a las bibicletas y regresaron pasando junto al Club Náutico y un tan increíble como inaccesible castillo normando, para terminar almorzando en el peor lugar posible, una sanguchería simil yanqui llamada Bus Stop a la cual todo visitante debería escaparle si tiene la oportunidad.
Tomaron el tren de vuelta al departamento, donde descansarían un par de horas para alistarse a conocer a la anfitriona más famosa de París, la torre Eiffel.

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