Página de cuento 658

Vendedora de zapatos

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com

La mañana transcurría, una mañana algo nublada y ventosa, y yo andaba por ahí, dispuesto a comprarme un par de zapatos, que podían ser negros. No podía sacarme de la cabeza que justamente un rato antes se me había tapado el inodoro. Quizá fue un exceso de papel higiénico, pero la realidad era que el agua no circulaba, estaba estancada, como un símbolo de la decadencia de la cultura de lo prescindible, donde todo se usaba y se tiraba, todo iba a parar al desagüe del olvido, todo iba a la cloaca de un pasado sin recuerdo. Incluso el agua, el más puro de los minerales, el oro incoloro, se tiraba y se eliminaba por ahí, quién sabe dónde, quizá a los piletones.
“Todo se deshace, todo se esfuma” pensé, al mismo tiempo que llegaba caminando a la puerta de la zapatería. Entonces entré, saludé y saqué número. Me tocó el 54, y aunque no perseguía ninguna cábala, quise recordarlo. Como un acto de rebelión hacia el mundo descartable, quise retener en mi memoria, por mucho tiempo, que me había tocado el 54 en aquella zapatería. Mientras esperaba, vi en la vidriera, contra la calle, en dirección opuesta a la pared trasera del comercio, unos mocasines negros.
“¡54!” dijo la vendedora.
“¡Yo, acá, acá!”
“¿Qué desea?” “Quiero probarme esos mocasines negros” “Estos mocasines son un calzado ideal para lucir tanto en una ocasión formal, digamos de etiqueta, como para llevarlos combinados con un atuendo sport, informal, despreocupado. ¿Usted para qué los quiere?” “Para caminar, en lo posible, pero que tengan empeine alto” “¿Número?” “54, ya me preguntó” “aguarde un momento, ya vuelvo”.
Miré hacia la calle, la vereda estaba superpoblada, entre tantos transeúntes me pareció distinguir la forma esbelta y la gracia al caminar de la maestra apurada de las ocho de la mañana.
“Encontré estos negros, número 54, pero no son el mismo modelo de los de la vidriera. Estos son de un diseño italiano, muy apreciados en la Toscana.”
Me los probé: me iban grandes, porque yo apenas calzaba 45, pero no tenía ni ganas ni tiempo de discutir. Por otra parte, los zapatos tenían la apariencia de ser perdurables, y eso era lo que quería, que duraran, que no quedaran de repente en el olvido. Que fueran recordados, que fueran respetados. Quería que aquellos mocasines marcaran un espacio y un tiempo. Cuando el sol desaparezca y explote en una nube de neutrones desbocados, estos mocasines serán olvidados, no antes.
Pagué el importe del par con tarjeta de débito, tenía varias tarjetas, de débito y de crédito. Tenía muchos colores de tarjetas, la platinum, la gold, la silver, la black, la orange, pero siempre pagaba con la misma.
Volviendo a mi casa, con los mocasines nuevos número 54, a quienes había rellenado con papeles de diario para evitar que mis pies bailotearan adentro, pasé por la ferretería y compré una sopapa, color negra también, para destapar el inodoro rebelde.
Me asombré del tan cercano parecido entre la sopapa y los mocasines, eran como hermanos, como primos hermanos al menos. Los tres negros, los tres flexibles, los tres durables- La sopapa venía sin palo, pero yo tenía uno que me había sobrado de una escoba vieja que había tirado. Recordé a aquella escoba y gané un dejo de melancolía, de dulce melancolía como la de los tangos de los años cuarenta, cuando decía, más o menos, “un pedazo de barrio allá en Pompeya, durmiéndose al costau del terraplén…”
También sentí un pequeño remordimiento por aquella agua degradada que iba a desechar, pero debía hacerlo, era una cuestión de supervivencia.
Era eso, el olvido era una cuestión de supervivencia, tanta gente no podía estar equivocada. El recuerdo y el rencor están muy cerca uno del otro, quizá lo mejor sea olvidar pronto algunas cosas, eliminar lo que no sirve, y recuperar lo que queda en la memoria. “Tengo muchos recuerdos tristes, y están equivocados, no sé si servirán, pero estos recuerdos me obstruyen la llegada de novedades.” Así fue como me puse la sopapa en la cabeza, como en el disco de Almendra, y anduve presionándola durante un buen tiempo.

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