“ESTAMOS MAL, PERO VAMOS BIEN”

Estado de Emergencia, ¿un diagnóstico tardío?

Por Lazarillo de Tormes

Basta tan solo con utilizar cualquier motor de búsqueda online y escribir “declararon la emergencia” para obtener una postal de que las cosas no andan muy bien en ningún lado. Mientras, desde una orilla, se habla de la caída de la actividad industrial, el comercio, la falta de dinero circulante y el incremento en el desempleo, otro fenómeno negativo se desprende del caos ejercido por la naturaleza sobre algunas provincias, y los malabares financieros que muchas de las mismas deben llevar a cabo, acaso por el “reacomodamiento” de algunas variables que dan cuenta de un país que se encamina a ser mejor de lo que era años atrás, según se afirma desde la otra orilla.
La ciudad de Puerto Madryn fue declarada en “emergencia” en varias ocasiones durante los últimos años; la Emergencia de Transporte y la Emergencia Hídrica fueron, acaso, las más trascendentes, habida cuenta de la falta de acceso al transporte urbano que padecieron miles de usuarios durante varios meses, tras lo cual fue rescindida la concesión a la empresa que prestaba el servicio, y por otra parte, luego del tremendo temporal que azotó la región y que repercutió en la dificultad para potabilizar el agua que llegaba a la ciudad costera.
En la Provincia, fueron declaradas la Emergencia Económica, la Emergencia Ígnea, la Emergencia Climática, la Emergencia en los servicios, divisiones y secciones de anestesiología del Subsector Estatal de Salud, impidiendo la renuncia de los profesionales que prestan servicios a menos que sean reemplazados por otros; además, ahora, también fue declarada la Emergencia en materia de violencia de género.

Todos en alerta

Mientras tanto, en el país, varias provincias declararon, a principios de año, la Emergencia Agropecuaria tras haber sufrido inundaciones, como por ejemplo en los casos de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, La Pampa, Río Negro y Salta; la Emergencia económica y productiva para las peras y manzanas, en Neuquén y Río Negro.
El año pasado, fue declarada la Emergencia en Seguridad en la ciudad de Rosario, Santa Fe, y también en Tucumán, donde la consigna, abierta y general de por sí, buscaba “resolver los diversos problemas que se presentan en materia delictual, de narcotráfico y de trata”.
En enero de 2015, dos meses después de asumir y en lo que parecería haberse constituido como una jugada política tendiente a visibilizar “la herencia de la administración anterior”, el Gobierno Nacional declaró la Emergencia de Seguridad Pública en todo el país, por el curso de un año, con el objetivo de revertir la “situación de peligro colectivo” creada por el delito complejo, el crimen organizado y el narcotráfico, en una resolución que incluía un fuerte control del espacio aéreo y que incluso autorizaba el derribo de aeronaves.
Tarde, pero ¿seguro?
La etimología de la palabra “emergencia” se remonta al término del latín “emergentia” y significa “cualidad del que se sale de un desastre”; de dicha palabra se desprenden el prefijo ex, que significa “hacia fuera” y “mergere”, es decir, zambullir, hundir o sumergir.
En pocas palabras, el término refiere a la acción de salir airosos de un escenario de desastre o de una problemática, en función de aquellos contextos en el que puede entenderse dicho concepto, tan utilizado en estos días.
Así como la célebre escritora Marie von Ebner-Eschenbach decía que “cuando ha llegado el tiempo en que se podría, ha pasado el tiempo en el que se pudo”, las emergencias, por antonomasia, suelen “llegar tarde”, cuando el problema ya se suscitó, y ello obliga a replantear si aquellas urgencias han sido bien atendidas.

La urgencia viene siempre primero

Que el país, en pocas palabras, haya sido declarado un “escenario de Emergencia” en la mayoría de sus aspectos, sociales, económicos y productivos, nos lleva a reflexionar sobre si aquello es consecuencia de la mala suerte que ha azotado a aquellas víctimas de la violencia de género, del desempleo, de la caída de las industrias y de las inundaciones en los campos, o bien si ello podría haberse resuelto haciendo funcionar los engranajes, es decir las instituciones, encargadas de abordar la problemática de la violencia de género, de la generación de empleo y de llevar adelante las obras necesarias para “prever” posibles inundaciones ante una contingencia climática.
Tal vez, la propia idiosincrasia que nos distingue de otros ciudadanos del mundo, es la lenta reacción ante aquello que amenaza con convertirse en un problema a futuro, y, llegado el momento, resolverlo con una declaración de Emergencia tal vez termine costando mucho más caro, no solo en términos económicos, como el caso de las inundaciones, sino en términos de vida o muerte, como ha sido el triste destino de tantas víctimas de violencia de género que, por no haber tenido instituciones que las contuvieran, “adornan” una lamentable estadística por estos días.

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