UN CUENTO DE MIÉRCOLES

El último chiste

Por Javier Arias

Correa sabía que habían perdido, miró al resto y apoyó el mate sobre la mesa, nunca le había gustado darlo en la mano. Dijo gracias, y se mesó la barba rala de días sin afeitar.
Cabrera agarró el mate y le preguntó si no quería más, Correa lo volvió a mirar y le respondió si era boludo o qué; que le dijo gracias, que si tenía que ponérselo por escrito.
Cabrera lo mandó a la puta que lo parió y volvió a cebar sin levantar la mirada.
Ramírez presenciaba todo en silencio, también sabía que habían perdido y no tenía sentido andar tomando partido, total los tres ya estaban muertos, lo que pasaba era que todavía tenían las tripas adentro, esa era la única diferencia. Agarró el mate que le alcanzó Cabrera y se le escapó un gracias involuntario. Cabrera dio un respingo y miró a Correa, ¿ves?, le dijo recriminándolo, él me dijo gracias pero igual quería el mate, no ves que sos un otario. Ramírez pensó que se pudría todo antes de tiempo, hecho que no le importaba una mierda realmente, porque si al final, como sabía, habían perdido, que se la den los ratis o que se la den entre ellos era más o menos lo mismo al final de cuentas. Tanteó disimuladamente la faca en la cintura mientras se llevaba la bombilla a la boca.
Correa levantó la vista, primero miró el chumbo sobre la mesa y después le clavó un ojo a Cabrera, el otro no, porque estrábico, se perdía por un rincón como siempre.
¿Vos me estás diciendo, pedazo de mamerto, que no sabés diferenciar un gracias de otro gracias?, le contestó rasposo Correa, ¿vos me querés decir que llegaste a tus treinta años, nabo a cuerda, con la mitad de tu vida en la tumba, chupando mate y verga, y todavía no podés saber cuándo te dicen gracias de no quiero un puto mate más y un gracias de gracias a secas?, ¿eso me estás diciendo?
Ramírez se echó imperceptiblemente unos milímetros hacia atrás, ya con la mano rodeando la empuñadura del filo, se le habían parado todos los pelitos del cuello, haciéndole honor a su apodo de gato, aunque últimamente se le estaba haciendo pesado el mote.
Cabrera calculó el espacio, tres por tres, a lo sumo, no mucho más de las cientos de veces que tuvo que apechugarla allá adentro, sabía cómo abarajarlo a Correa, lo que no tenía seguro era de qué lado se iba a poner Ramírez, que lo conocía a Correa de antes. Habían sido compañeros de ranchada en Caseros, pero a la fuerza, por lo que se acordaba Ramírez no se bancaba mucho a Correa y hasta una vez medio que se cagaron a piñas por una mina que habían hecho entrar los cobanis a cambio de esa salida para hacer cagar el camión de plasmas en la tres. La pensó mejor, porque a Correa se la daba, de eso estaba seguro, pero si tenía que bancárselos a los dos ya eso era otra cosa, además, estaba seguro que los dos otarios estos ni idea tenían de que habían perdido, y eran capaces de matarse entre ellos antes de bancar la parada frente a la brigada que en un rato los iban a tener a los tiros en ese aguantadero de mierda.
Yo sé diferenciar entre un gracias y un gracias, muerto, lo que pasa es que a vos no te entiende ni tu abogado, loro, le respondió zanjando la situación Cabrera; ya habría tiempo de andar limpiando sangre de las paredes. Correa lo miró de nuevo, pensó para adentro que era terrible cagón y que seguramente iba a ser el primero en mearse encima cuando comenzaran los cohetazos.
Ramírez devolvió el mate, estuvo a punto de decirle gracias a Cabrera, como que le cabía que era un chiste que calzaba justo, pero se lo guardó. Porque de una que iba a ser su último chiste, y si bien sí, calzaba, para ser el último chiste que hiciera, le pareció que era medio choto irse así.

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