Página de cuento 657

Caminata binaria – Parte 2

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

…A veces nos juntamos dos o más amigos, cada uno en una esquina, a una distancia de una cuadra, y salimos todos al mismo tiempo. Es interesante, luego de un tiempo, ver las reacciones de dos personas conocidas que se encuentran en la calle sólo por azar. Es la misma sensación de sorpresa y emoción que causa encontrarse en otro país con un vecino de la ciudad de uno al que nunca lo hubiéramos saludado, si no es que lo encontramos de casualidad a 7.000 Km de distancia….

Pero a estas caminatas individuales grupales que mencionaba, no las hicimos más porque así fue como estuvimos varios meses sin vernos con uno al que le debía 20 mangos: apenas si se pudo poner alguna que otra vez a una cuadra de distancia de mí y daba la casualidad que, en esos casos, siempre me tocaba doblar para el lado contrario a él.
Salvo en casos de tener tiempo, es bueno darle un final a estos paseos, teniendo en cuenta un período determinado, digamos dos o tres horas para no andar exagerando. Se han visto a varios fanáticos durmiendo en oscuras esquinas, atrapados por el sueño en medio de una caminata binaria inconclusa.
Siendo más de uno los participantes, la caminata se transforma en un juego y la ciudad en un tablero gigante de damas. Por supuesto que las reglas deberán diferir levemente del original juego de damas (chinas) ya que sería muy feo decir «me como a fulano». Pero sí se han dado casos de soplar la dama, como le ocurrió a un tal Farfisa Asecas, que acostumbraba jugar a la caminata binaria con la novia y unos amigos. Sucedió que uno de ellos se encontró de casualidad (no vale hacer trampa) con la novia de éste en una ignota esquina alejada del centro y ahí nomás, ateniéndose a las reglas del juego de mesa, le sopló la dama y se fue con ella. Nunca más Farfisa volvió a ver a la novia, a pesar de que durante largas noches de invierno se lo veía desesperado, arrojando la moneda al aire en cada esquina, con el afán de encontrarla alguna vez pero no, las cartas estaban echadas y esa esquina misteriosa, donde según le habían contado la china ingrata había desaparecido, nunca le tocó en suerte.
Un día, luego de dos meses, lo paramos, temblando de frío y con los ojos desorbitados y lo llevamos a un bar a beber algo caliente (por suerte en la puerta salió «cara»). Estaba triste, lamentando su amor no correspondido, cuando de pronto, por entre el humo y las botellas, vio la figura apastelada de una turista brasileña más que apetecible que lo miraba y le sonreía. Tiró la moneda y salió cara, «Voy a chamullarla» dijo Farfisa, con tanta suerte que la turista, luego de escuchar la propuesta sexual en apariencia indecente que le hacía, pero que en realidad era bastante decente y muy loable, teniendo en cuenta la realidad mundial, llena de miserias, guerras e injusticias, decía que la morocha sacó una moneda de la cartera, la tiró al aire, salió cara y le dijo «sí, vamos meu garoto».
Como verán, esto de tirar la moneda y hacer lo que diga la suerte tiene sus satisfacciones. Acá no existe el «no me animo», ni el «no sé», ni el «esto no se hace». Si sale cara me animo, si sale cara digo que sí y si sale cara lo hago. Así, hasta los más tímidos superan sus propias limitaciones y se largan a las aventuras más locas, nada más porque salió cara en la tirada decisiva. También se pierden oportunidades irrepetibles, pero así es la vida.
Sin embargo, hay mucha gente que no comparte esta metodología; gente aburrida que gusta de andar siempre por lo seguro, conservadores que miran al futuro como algo que hay que planear a tal punto de olvidarse del presente. Ellos, cuando eran chicos se ponían el pulóver cuando estaba fresco, y entonces le hacían perder la maravillosa oportunidad a la abuela de preocuparse por el nieto y de poder decirle «si vas a salir abrigate, nene»; además de perderse ellos mismos la oportunidad de desobedecer. Estas personas creen que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Pero no: la línea recta podrá ser el camino «más fácil», pero nunca va a ser el mejor, porque mejor que llegar rápido es ir recorriendo tranquilo el camino, aunque nunca se llegue. Además, nada mejor que poder cambiar el objetivo en cada esquina, así uno no se preocupa por el éxito o el fracaso sino que disfruta de lo que viene pasando.

FIN

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