BIOGRAFÍAS IMPOSIBLES DE PERSONAS QUE DEBERÍAN HABER EXISTIDO

Abelard Karmals, un genio aún sin descubrir, casi

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Luego de un involuntario impasse de unos cuántos años, provocado por cierto desentendimiento entre nuestros contadores y un recontra re mil prestigioso juez en lo contencioso administrativo de
una localidad de la provincia de Buenos Aires, nuevamente podemos acercarnos a usted a fin de seguir cultivando nuestro amor compartido por las biografías de aquellas personas que por una razón u otra han quedado fuera de los grandes libros de historia.
En este caso nos reúne la figura del gran Abelard Karmals. Karmals nació el 3 de septiembre de 1739 en el pequeño pueblo francés de La Roque-Gageac. Luego de algunos meses de discusiones entre sus padres, cuando don Pierre quería enviarlo directamente a los viñedos de Pinot Noir y su madre, doña Felipa, descendiente directa, pero no reconocida oficialmente, de la realeza española lo quería mandar a estudiar repostería con su prima a Málaga, finalmente se impuso la opinión de un tío lejano que casualmente había llegado en un barco de Cataluña, con un fuerte cuadro de envenenamiento con unos pastissets pasaditos de su fecha de vencimiento y lo enviaron a un colegio jesuita en Amiens, donde recibió una educación clásica hasta 1756.
En ese mismo año falleció su padre, hecho que se lo comunicó su propio tío, quien había decidido radicarse, un tanto inexplicablemente, en La Roque-Gageac. Abelard, según cuentan sus memorias, desconfió pero al leer el final de la carta donde su tío le deseaba una larga y próspera vida lejos de La Roque-Gageac decidió ingresar en el ejército.
Pero, como era de esperar para todos sus conocidos, Abelard era tan propenso a las ciencias bélicas como a la geometría euclidiana, hecho que lo llevó, en plena carrera marcial al estudio de las plantas.
En 1766 abandonó, es una forma de decir, la vida militar y se trasladó a París, donde estudiaría medicina durante cuatro años. Pero, siguiendo una línea de coherencia, fue en esa época cuando comenzó a interesarse por la meteorología, sin tampoco apartarse de la botánica, ya que es de esos años su primer libro Flore et planètes français, el cual dejó consternados tanto a botánicos como a astrónomos de la época.
Al mismo tiempo, lo nombraron miembro de la Academia de Ciencias, aunque sus detractores lo aducen a su amistad con el naturalista Alexandre Chaunon, de 77 años y un poco senil. En 1780, con un Chaunon ya casi sin habla, motricidad fina y gruesa y con una marcada incontinencia, se mudó a su mansión como colaborador botánico. Desde los amplios jardines de la Mansión Chaunon impuso conceptos revolucionarios para la ciencia, conceptos que fueron tomados por el mismo Museo de Historia Natural como preceptos que no deberían nunca utilizarse para la conservación y preservación tanto del reino vegetal ni de la misma raza humana.
Esta categorización supuso el desplazamiento de Karmals del departamento de botánica y su nombramiento como profesor del área de insectos y gusanos.
Este pase fue definitorio para la vida de Karmals, no sólo porque consiguió una vivienda propia en el museo luego de quedarse en la calle ante la muerte de su amigo Chaunon y la consecuente expulsión de sus herederos naturales, sino porque sus trabajos en los invertebrados fue su verdadera contribución a la ciencia, más allá de su obra sobre meteorología, botánica, química, geología y paleontología.
Karmals publicó una impresionante obra en siete volúmenes, todos ilegibles y llenos de citas crípticas sobre astros celestes y plantas carnívoras, pero de una profundidad intelectual inconstrastable, que al día de hoy muchos becarios siguen tratando de destramar intuyendo que detrás de tamaña maraña se esconde el verdadero secreto de la evolución.

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