SI LA POLÍTICA FESTEJARA SU CUMPLEAÑOS, LO HARÍA EN UN PELOTERO

De la realidad simulada al piloto automático

Por Lazarillo de Tormes

Dicen que los perdedores se centran en aquello que pueden conseguir, mientras que los líderes se centran en lo que pueden dar, y en un nuevo capítulo de la Historia Política Argentina, han trascendido postales que no dejan de asombrar, incluso a aquellos cuya capacidad de asombro ya era nula, tras creer que ya lo habían visto todo.
“Somos una organización política y nuestro partido es el kirchnerismo”, manifestó fervientemente la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, en el marco de una creciente disputa con las Abuelas, que la llevó a cruzar en duros términos a Estela de Carlotto y acusarla de “traidora”, por haber participado de un encuentro con la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
Nadie puede negar que la batalla por la conquista de los derechos humanos, aquellos que fueran sistemáticamente vejados en razón de 30 mil personas y más durante el gobierno militar de 1976, es una causa noble y que obliga al colectivo social a doblegarse ante la lucha de Madres y Abuelas, quienes contra viento y marea se han constituido como unas auténticas luchadoras en dicha área, más aún, impulsadas por las políticas “pro DD.HH.” impulsadas por el anterior Gobierno Nacional.
Sin embargo, también se dice que el hábito no hace al monje, y la historia política de los últimos años ha arrojado lamentables conclusiones en lo que respecta a la identificación de la sociedad con sus líderes, o bien la creación de líderes “a imagen y semejanza” de quienes sufragan en su favor.

El punto medio siempre está al costado

En este contexto, la violencia o instigación a la misma debería ser condenada por los propios conciudadanos, incluso cuando su “líder” no hace más que propiciar un marco de conflictividad (además del ya existente, a partir de las lamentables declaraciones de funcionarios de primera línea de Nación respecto del concepto de Derechos Humanos) en donde queda a la vista un común denominador: los argentinos, en su gran mayoría, somos orgánicos y verticalistas.
Así como el pensamiento de los últimos años hacia la actualidad establece que si se está a favor del sector agropecuario se es “Pro” y si se está en favor de los Derechos Humanos se es “kirchnerista”, pocos son quienes se plantean quién no podría estar de acuerdo en tener un sector agropecuario fuerte, sin desear “que le vaya mal”, así como no se sabe, a ciencia cierta, a quién le entraría en la cabeza que defender los derechos humanos de los habitantes pudiera estar ligado a un partido político, más debiera ser algo por lo que todos empujaran por igual, sin medir de qué lado de la vereda cada uno se encuentre.
El inconveniente es que, actualmente, muchos no solo eligen las noticias que desean conocer, sino también los hechos en los que desean creer. Realidad simulada.

Micrófono abierto

Sin embargo, en la “Argentina de las divisiones”, declaraciones como las de Hebe Bonafini, que se suman a otras breves que ha sabido arrojar con el paso de los años (“Por primera vez le pasaron la boleta a Estados Unidos; yo estaba con mi hija en Cuba y me alegré mucho cuando escuché la noticia. No voy a ser hipócrita con este tema: no me dolió para nada el atentado; me puse contenta de que, alguna vez, la barrera del mundo, esa barrera inmunda, llena de comida, esa barrera de oro, de riquezas, les cayera encima”, según declaró en septiembre de 2001, tras el atentado a las Torres Gemelas cuyo saldo ascendió a más de 3 mil muertos).
Pero, como si se tratara de un personaje incuestionable, pocas son las voces “afines” a Bonafini que reconocen los erráticos y verborrágicos párrafos que, de cuando en cuando, suele ofrecer al caos generalizado de la lucha política actual, que promete convertirse en una auténtica batalla campal de cara a las elecciones legislativas de este año.

Todavía muy verdes

Tal es así que, en Argentina, caracterizada por los liderazgos carismáticos y tradicionales (en su definición ‘maxweberiana’, no porque fueran carismáticos y, mucho menos, porque se ajustaran a alguna tradición), no suele analizarse lo dicho y hecho, sino la persona detrás de los dichos, o el personaje detrás de los hechos; esto último, invalidando toda posibilidad de reflexión crítica por parte del colectivo social hacia sus líderes.
El problema, a fin de cuentas, es que la gente suele identificarse con aquellas personas a las que vota, o bien con aquellas que forman parte de la estructura a la cual otorgó su sufragio; hace tiempo que, en el país, se votan personas y no ideas, porque tal vez ideas son las que faltan y resulta más fácil delegar el trabajo en quien, ya sea con globos amarillos, naranjas o celestes y blancos, puede decir “yo voy a hacer las cosas bien”.
Se puede concurrir a una cabina de votación y ser un votante perezoso, principalmente si, además de identificarse con el o los representantes elegidos, la sociedad elige resguardarse y “escudarse” detrás de ellos.
Esto último, no solo habla de una crisis de representatividad en el ámbito político, sino también de la carencia de una visión crítica que pueda no estar atada a los intereses de algún espacio político de turno, y de la falta de incentivo, por parte de los ciudadanos, de criticar cuando sus “líderes” hacen las cosas mal o se equivocan.
Mientras el pensamiento colectivo continúe en “piloto automático”, cualquiera podrá tomar un micrófono y decir lo que le dé la gana, como es el caso de Hebe de Bonafini, y muchos saldrán en su defensa, porque “es Hebe de Bonafini”; si esa es la ecuación, parecería ser que estaremos condenados no solo a repetir elecciones y que las mismas repitan errores políticos, sino a repetirnos a nosotros mismos, sin mayores signos de madurez en lo cívico.

ÚLTIMAS NOTICIAS