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Obama deja su papel institucional y pretende liderar el frente anti-Trump

Nada es igual desde el 8 de noviembre. El inesperado nuevo orden surgido de las urnas, que en doce días situará en la Casa Blanca al primer presidente «outsider», populista y antiestablishment de Estados Unidos, ha volteado la realidad política norteamericana. De la creciente polarización se pasó a la incertidumbre. Y la incertidumbre está derivando en un choque bipartidista sin precedentes. Tripartidista, si contamos con que el presidente entrante tiende a representarse a sí mismo. El desalojo de activistas del Congreso el pasado jueves, durante la ratificación formal de Donald John Trump como nuevo inquilino de la Casa Blanca, era la viva imagen de la radicalización del hasta ahora ejemplar modelo de transición estadounidense.

Barack Obama, que se estrenó en 2009 como primer presidente negro, a lomos de una desbordante ola de ilusión, y que siempre mostró un ejemplar sentido del cargo que ocupa, concluye su mandato deslizándose por la peligrosa pendiente de la política embarrada y la mediocridad, a la altura del Partido Demócrata con menos poder en décadas. El presidente saliente parece dispuesto a todo con tal de defender su legado. Su utilización de los servicios secretos como arma arrojadiza contra su sucesor, en torno al espionaje ruso en la campaña, y su ruidosa defensa del sistema de cobertura sanitaria, el llamado Obamacare, auguran la madre de todas las batallas para combatir a Trump. Y él está dispuesto a liderarla.

El ambiente no puede ser más agrio. Mientras los operarios apuran su trabajo en torno a la Casa Blanca y el Mall washingtoniano para que la toma de posesión de Trump, el llamado acto de inauguración, el próximo día 20, no pierda brillantez, los anuncios de múltiples protestas contra el protagonista de la nueva etapa extienden su amenaza. Dentro de las sedes institucionales, la labor política no contribuye sino a engordar la excitación. El presidente Obama, a quien la derrota de Hillary Clinton ha cambiado el paso de los planes de una cómoda sucesión, se aferra ahora a su obra con uñas y dientes. Su presencia esta semana en el Congreso para defender el modelo de cobertura sanitaria, en una inédita e inesperada irrupción del jefe del ejecutivo en la sede del poder legislativo, que en Estados Unidos resulta menos estética, ha sido una declaración de intenciones.

Obama baja al barro

La pretensión republicana de desmontar su modelo de cobertura, junto a gran parte de su herencia, ha destapado al Obama partidista, al presidente que baja del pedestal para romperse la cara en la arena política. Con una virulencia que había mostrado en pocas ocasiones, el promotor del Obamacare ha tildado a los republicanos de «irresponsables» y «temerarios» por querer desmontar un sistema que ha extendido la cobertura estos últimos años a veinte millones de norteamericanos. En una entrevista en el digital Vox, les advirtió del «mal servicio» que están a punto de realizar a Estados Unidos.

Lejos de encerrarse en las alejadas labores de la fundación que llevará su nombre, una tradición que siguen todos los mandatarios estadounidenses para poder dar continuidad a su obra, el presidente saliente ya ha mostrado su intención de seguir en la política para combatir la de su sucesor. El prometedor primer encuentro de ambos en el Despacho Oval, para que el traspaso fuera «tan ejemplar» como el que George W. Bush protagonizó con él, en palabras del propio Obama, se desvanece hoy como pura ilusión. Como entra en crisis su proclama de que el presidente «está muy limitado para cambiar cosas».

Fenómeno nuevo

En una simulación de declaración de guerra, tras una insólita elección pero que el propio Obama reconoció legítima, el presidente saliente está poniendo toda la carne en el asador. Empeñado en demostrar a la opinión pública que Trump se sentará en el Despacho Oval por culpa del espionaje ruso, frente a la idea de una mala campaña, aprovecha el último servicio de los actuales responsables de la Inteligencia estadounidense, que, después de semanas de dudas y discrepancias internas, acaban de presentar un informe concluyente.

Según el documento, Putin ordenó una campaña de desestabilización, incluidos (pero no sólo) hackeos al Partido Demócrata, para «ayudar» a Trump y «denigrar» a Hillary Clinton. Aunque el informe asume que no hay pruebas sólidas de que la operación de Moscú torciera la elección, como contraargumenta el magnate. Sea como fuere, la investigación recopilada por la Inteligencia norteamericana puede servir de consuelo para la derrotada candidata, incluso para desgastar la relación entre el nuevo presidente y el Partido Republicano, que respaldó las medidas de represalia de Obama contra Putin, pero está menos claro que sirva para reforzar el prestigio de Estados Unidos como país. Y menos el de sus servicios secretos, cuya imagen se debilita a medida que la pretendida eficacia del presidente ruso gana enteros. Con una agresividad que el presidente saliente no había mostrado durante ocho años de gobierno, y menos como comandante en jefe, Obama pone en riesgo su prestigio y el 56% de popularidad que atesora antes de abandonar la Casa Blanca, según la última encuesta de Gallup.

Su giro político ya es valorado por los expertos como un fenómeno novedoso en la política reciente. Cody Foster, historiador de la Universidad de Kentucky y uno de los más reconocidos estudiosos de las vidas de los exmandatarios estadounidenses, apunta que Obama «va a ser más crítico que los últimos presidentes» y que será combativo en su labor contra el presidente entrante. Y lo precisa en las formas: «Yo creo que va a buscar la manera de ser anti-Trump sin que parezca que es anti-Trump». Aunque Foster no augura a un Obama «tan peliagudo» con su sucesor como Jimmy Carter, reconoce que el presidente saliente «va a estar muy pendiente de cada iniciativa, cada veto, cada palabra, que su partido pueda utilizar para contrarrestar al nuevo presidente». En otras palabras, un líder de la oposición en la sombra, sin cargo ni responsabilidad concreta.

Su convicción de ser vigilante con la nueva Administración, para «evitar que los progresos hechos estos años no se deshagan con Trump», ha llevado a Obama a diseñar una dura oposición en el Congreso, donde los demócratas están dispuestos a bloquear las principales iniciativas republicanas llamadas a desmontar su legado.

Fuente: abc

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