PORQUE SI LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE ES LA ESPERANZA, EN OCASIONES QUEDA LA PALABRA

“Estamos mal, pero vamos bien”

Por Lazarillo de Tormes

Según un reciente informe de la Nasa, el 2016 fue el año más caluroso del que se tenga registro; en este contexto, resulta inevitable trazar un paralelismo, sin remontarnos a la profecía del “Mundo Feliz” de Aldous Huxley, al calentamiento global, que tanto tiene que ver con la candente humanidad en la que el común ciudadano se encuentra inmerso.
Pasan los años, “sube la temperatura” del colectivo social y, poco a poco, nos encontramos con un mundo un poco más desgastado, no solo en lo ambiental, que escapa al propósito de estas líneas, sino en la calidad de los valores por los que la propia sociedad se rige.
Postales pesimistas, quizás, pero con una esperanza de que lo positivo prime sobre la realidad que nos rodea, cuyo horizonte parecería, con el pálpito de los acontecimientos que nos afectan, cada vez más lejano.

Matar y morir de manera gratuita

Finalmente, se entregó “J.S.”, el menor de 17 años que delinquía desde los catorce y que, el 30 de diciembre pasado, no tuvo mejor idea que robar una camioneta de grandes dimensiones y, durante su huida, estrellarla contra un camión de reparto que era conducido por Gustavo “Rocko” López, empleado de Oca que agonizó durante más de dos semanas, hasta que su recuerdo se convirtió en una postal más de que, de un momento a otro, la propia vida puede hallarse supeditada a las malas decisiones o la errática conducta de un tercero.
La muerte de López, a quien amigos, familiares y conocidos apoyaron durante su internación realizando cadenas de oración y marchas en pedido de Justicia, recrudeció el debate por la baja en la edad de imputabilidad, discusión que no tiene asidero si contemplamos que, lo que está mal con los jóvenes, es una cuestión mucho más profunda y que se remonta al contexto de sociedad que el resto hemos sabido construir (o deconstruir), y qué tipo de ciudadanos arroja una sociedad en donde priman la competencia, la discriminación, el miedo y, consecuentemente, la alienación consciente.
Será un debate que tendrá que darse primeramente en los hogares, para que las instituciones luego hagan el resto y no continúen “pisando sobre huevos”, condenando a jóvenes que aún no han nacido, pero que lo harán, y no en el mejor escenario.

Tierra de nadie

El rescate de los 33 mineros chilenos encerrados dentro de una mina construyó el caldo político del cual varias figuras se “colgaron”, entre ellas, el entonces presidente de Chile, Sebastián Piñera, a quien millones de televidentes observaron visitando, en el hospital, a los trabajadores que lograron salir a la superficie; en varios momentos de la pieza audiovisual, podría observarse cómo uno de ellos intentaba dialogar con el entonces mandatario, al tiempo que este solo le respondía con dos sonrisas: una para él, y otra para las cámaras; postales de oportunismo político, tal vez.
Lo ocurrido con el Lof Cushamen ofreció un escenario similar, aunque distinto, teniendo en cuenta la situación y el contexto en el que se desarrolló el enfrentamiento entre miembros de la comunidad mapuche y un importante número de gendarmes, luego de lo cual pudo observarse a un importante miembro del Poder Judicial “dándole la mano” a un “encapuchado”; las buenas lenguas intentarían* creer que el funcionario desconocía la presencia de decenas de cámaras fotográficas a su alrededor, mientras que la otra parte, bien podría hacer una lectura del metamensaje que dicha postal arrojó, la cual fue repudiada por el propio Gobernador, quien ha marcado una firme postura respecto del conflicto.
En definitiva, una foto que vale más que mil palabras, o bien, que un reclamo de fondo, el cual hasta el momento no ha trascendido; ¿lo hará?

Los héroes no existen

Dos hechos puntuales de los cientos que ya ha arrojado el primer mes del año, y un concepto continúa latente; los ciudadanos continúan apartados de la política, observando batallas casi bajo la modalidad “Pay Per View” e incluso incorporándose a alguna de ellas, bajo la creencia de que la identidad política se constituye como un factor que rige la propia identidad de las personas; tal vez esa haya sido la “pesada herencia” de la que tanto se habla, el hecho de que hasta la mesa de la cena se haya politizado, al tiempo que ciudadanos, desconociéndose unos a otros según el sello partidario, continúan siendo testigos (o espectadores) del resquebrajamiento de las instituciones y de aquellas épicas políticas de las cuales creen forman parte, mientras que los mismos flagelos de los últimos cincuenta años permanecen arraigados en la vida cotidiana, en la “cosa social”, construyendo una realidad muy distinta a la que se observa, una vez que se apaga el televisor.
En Argentina, pues, la única crisis que prevalece es la de valores, y la política no vendrá a arreglar nada de eso; por el contrario, como reza la frase, “la política es el arte de lo posible”, y, de este modo, lo imposible será tarea del resto.

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