UNA COLUMNA DE MIÉRCOLES

El antídoto a los elefantes

Por Javier Arias

Encaro esta columna con un miedo atroz de caer en todos los lugares comunes, tan transitados por Coelho y sus amigos; con todo el respeto a los lectores de Coelho, que no tienen la culpa.
El caso es que este fin de semana viví una experiencia que podría resumirse en alguna de las dos frases más usadas por los argentinos, “estoy meado por los elefantes” o en su defecto “podría haber sido peor”. Una experiencia que me dejó un sabor agridulce que aún hoy permanece en mis papilas.
Volvía de pasar una semana en Bariloche, con el coche cargado de valijas y junto a mi familia, transitando esa ruta 25, una de las peores rutas del país sin dudas. Peores rutas digo, por el estado tanto del asfalto como de las banquinas. Quien haya pasado en los últimos meses por ahí lo sabe bien. A la altura de Paso de Indios ya comienza a ponerse feo, llegando a Los Altares el panorama es abominable, esquivando cráteres lunares imposibles en una ruta, pero nada como en Las Plumas, donde directamente está cortada y hay que tomar varios desvíos, mal señalizados, de piedras que se podrían utilizar tranquilamente para hacer escolleras.
Y tuve el final previsible, se reventó con un pozo, la rueda delantera, agradeciendo que iba lento y pude controlar el coche hasta la banquina, apenas unos metros adelante de otro coche que estaba cambiando su propia rueda reventada en el mismo bache.
Luego de recorrer penosamente los 30 kilómetros con la rueda de auxilio por los desvíos de ripio hasta Las Plumas, me recibió un gomero, mitad paisano, mitad pirata, que me cobró sus pesos para ponerme una cámara inútil, asegurando que con eso llegaría hasta Madryn. No llegué ni a la primera curva, volvió a reventar el neumático, y otra vez a bajar todas las valijas y arrastrarse entre cardos para cambiar por segunda vez la misma rueda accidentada.
Lenta e inexorablemente llegamos a Trelew. Fue un momento de decisión, de aquellos en que uno apuesta todo o nada sin oportunidad de arrepentimiento; ya caído el sol o seguíamos como estábamos hasta Puerto Madryn o entrábamos a Trelew en busca de un neumático nuevo, en la noche de un sábado. Finalmente, la moneda cayó por la apuesta menos riesgosa y doblamos a la derecha en la rotonda, hacia el ChangoMás, único lugar donde podíamos encontrar un negocio de neumáticos abierto en horas tan poco amistosas.
Pero no, mentando a los elefantes, ese día los muchachos de la gomería se habían ido temprano. Estacionado dentro del ChangoMás me senté a reflexionar sobre las vicisitudes de la vida, me bajé a estirar las piernas y noté un pequeño reguero líquido que seguía el rastro de mi coche. Aceite, maldito aceite. El bache no se había llevado solo un pedazo de caucho, sino que me había regalado una magnífica pérdida de aceite. Todo aquel que poco conoce de motores sabe al menos que si el motor pierde aceite no se debe arrancar nuevamente, así que ahí quedó el muchacho, en silencio, mientras la gente se iba yendo hacia sus casas y el estacionamiento se vaciaba en un silencio cada vez más ominoso.
Luego de llamar al seguro y saber que me deparaba una larga espera, me dicen que debían cerrar el predio y que no podía quedarme adentro. Miré hacia la ruta, el descampado, allá afuera no se veía nada lindo, todo lo contrario. ¿Qué más podía pasar? Quedarme con el coche cargado, a las afueras de Trelew, en plena noche, ¿qué podía salir mal?
Y acá comienza otra historia. Porque hasta ahora estábamos dentro de las dos frases de los elefantes y de que podría haber sido peor -como no controlar el coche en el reventón, o seguir andando a Madryn y fundir el motor-.
Acá comienza la historia que podría redimir al mayor de los pecadores.
Cuando ya juntaba fuerzas para empujar el coche hacia un destino mucho más que incierto, se acercó Carmen, la responsable del local. Me contuvo, me tranquilizó, suspendió su cena, dejó esperando a su familia y me acompañó. Cerró la reja pero conmigo dentro, rompió las reglas para evitar un mal mayor, dijo que no podría dormir sabiendo que me había dejado a la intemperie y se quedó ahí, acompañandome y asistiéndome hasta que llegó el auxilio.
Más de dos horas estuvo Carmen conmigo, mucho más allá de sus deberes, mucho más allá de su compromiso, como el buen samaritano de ese libro del cual descreo pero que guarda, está visto, más de una verdad. Más de dos horas haciendo el aguante, como dicen los chicos, buscando transportes alternativos, dandome esperanzas de soluciones.
Podría haber sido mucho peor, claramente, estoy meado por los elefantes, sin dudas, pero también conocí a Carmen, una mujer admirable, si la ven me la saludan, y le dicen por favor, que en estos tiempos donde uno a veces no vislumbra futuros, en estos tiempos de violencia y de desamparo, saber que hay gente como ella nos devuelve un poco el calor al pecho y nos hace levantar la frente, mirando el horizonte, hoy un poquitito más promisorio.

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