Página de cuento 636

Diálogo con el fantasma – Parte 4

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

En fin, hoy, como verá, todo eso ha terminado. Aunque suene tan común, le puedo asegurar que ya no asusto a nadie, salvo a algún perejil como usted (disculpe mi franqueza), y esto sí que es mucho más tenebroso y atroz que mi misma presencia, o que me ponga a golpear las ventanas y a silbar sobre los tejados para meter miedo. Porque éste es el verdadero drama, no que la gente se asuste sino, por el contrario, que ya no se asuste con nada, que ya la realidad haya superado tanto a la ficción que no hay más tiempo para nosotros, los aparecidos.
Fíjese que en estos tiempos de conocer el campo, me hice amigo de Luz Mala, aquel temible espectro que aparecía lejos en el campo en noches tranquilas y se presentaba como una luz que parecía que iba siguiendo de cerca al jinete nocturno. Cómo se asustaba hasta el gaucho más valiente, que luego llegaba a contar y a inventar historias, como que había peleado con el diablo y cosas parecidas. Esos fogones de campo se iluminaban al compás de los cuentos fantásticos, todos originados por el Luz Mala. Pero claro, cuando se les ocurrió a algunos «iluminados» demostrar que esa luz era el reflejo de no sé qué cosa, que por refracción y no sé qué más se producía, con el corazón partido el Luz Mala tuvo que irse, profundamente herido en su amor propio, y ahora no sé por dónde andará, capaz que anda por algún boliche bailable ganándose la vida haciendo de reflector…”

«Siguiendo con mi caso, le digo que no por mí, sino por los hombres, es triste ver cómo ya nadie cree en nada, que todo es automático, todo de plástico. Ya no hay brujas, ni hadas, ni duendes, ni princesas encantadas para despertarlas con un beso. Y a mí ya no me dan ganas de salir a asustar, hasta me siento grotesco con el traje clásico de sábana blanca, con decirle que la otra vez se me ocurrió ir a asustar en un cumpleaños y los pibes me querían usar de cama saltarina y las madres de mantel. Salí lleno de restos de torta y pegoteado con Coca Cola.
Así que después de varios años encerrado, confinado en esta casona derruida, que por suerte es una de las pocas cosas que me quedan de mi pasado glorioso, he decidido retirarme, desaparecer para siempre de la mirada de los hombres; ellos ya no me necesitan, porque ahora el tiempo no alcanza para cerrar los ojos e inventar un fantasma.
Estoy solo, lo sé, pero le agradezco su tiempo y no se asuste más, por favor, no valgo la pena. Adiós.»

Se hizo un silencio, obviamente sepulcral, y me quedé mirando con pena a esa figura que se desvanecía en el aire frente a mis ojos.
«Espere un poco… Ehh, ¿adónde va a ir con este frío?»
Uno siempre habla del clima cuando no sabe qué decir, y en este momento crucial no podía abandonar al pobre espectro.
«Escúcheme, no se si le pueda interesar, pero en el fondo del rancho tengo un galponcito que bueno, está un poco mugriento y allí también viven unas gallinas ponedoras que tengo, pero es un buen lugar para asustar un poco, por lo menos a las gallinas, aunque le confieso que usted todavía algún miedo me da…»
Me dio la sensación de que una sonrisa oscura se dibujaba bajo el sombrero. El fantasma dejó pasar un par de segundos para contestar:
«Bueno, ya que insiste, vamos nomás».
Era evidente que estaba esperando de antemano mi oferta. La cosa es que mientras yo me volvía caminando al rancho, el fantasma me seguía, revoloteando por sobre los techos, dando feroces carcajadas y moviendo las ramas de los árboles. Subimos la barda y atrás quedó la ciudad con su mágico resplandor nocturno. El viento había cesado, el mar adormecía a unos tres o cuatro barcos pesqueros, y yo pensaba que este individuo podría ser una buena fuente de información del Madryn antiguo, que no conocí dada mi extrema juventud, y que algún provecho iba a sacarle. Ni bien llegamos, el cuis lo olió y del susto se metió debajo de la cama, donde permaneció temblando hasta bien entrada la mañana. Por su parte, el fantasma se acomodó en el galpón, donde enseguida descubrió unas botellas de Criadores que tenía escondidas, y como para calmar los nervios de la mudanza, de golpe se bajó un cuarto litro.
«No se vaya a tomar todo el whisky y no me asuste mucho a las gallinas, que después no ponen» le dije a modo de saludo antes de irme a dormir.
En fin, no hay caso, aunque busque no consigo un amigo abstemio.

FIN

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