Página de cuento 629

El vuelo – Un cuento aéreo – Parte 3

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Uno que quiere volar

Entre mate y mate pasaba la tarde. Mientras conversábamos nos habíamos olvidado prácticamente de Pedro, que ya llevaba dos horas revisando el motor y los comandos de la cabina. Pero de repente, el ruido del motor que había arrancado nos despertó de la modorra de la tarde. La hélice giraba de una manera mágica y el calor del motor desdibujaba el horizonte. Con la hélice girando Pedro seguía revisando cada parte de la máquina. El Tano y yo nos acercamos a mirar el prodigio. Había una quietud inusitada, como si el viento se hubiera detenido adrede para ayudar a Pedro.
Se acercó a nosotros y dijo “Bueno, ahora me subo y voy a probar el despegue, después voy a hacer unos giros en redondo, siempre me van a ver. No se preocupen”. Se calzó el gorro y las antiparras y subió al aparato. El ruido del motor cambió, se hizo más agudo, y como en un balanceo suave las ruedas comenzaron a girar. El avión tomó velocidad en tierra hasta que, a escasos metros del final de la salina, remontó vuelo. “Se va a matar” repetía el Tano, pero yo no le contestaba. Miraba fijo al sueño de Pedro. En esos momentos me pregunté si realmente existiría La Solitaria, o si Pedro lo había imaginado, como imaginó que alguna vez iba a poder hacer algo que vuele. Mientras, el avión se mecía en el aire como si viajara entre algodón. De lejos Pedro nos saludaba con la mano en alto. El sol quemaba.
Luego de unos minutos, como si toda la vida lo hubiese hecho, Pedro aterrizó en la salina. Detuvo el motor y bajó. Vino hacia nosotros con una sonrisa enorme. Lo abrazamos.
“Mirá, si tuviera el tanque lleno de nafta me iba ahora mismo a La Solitaria. No, es una broma, tengo que darle unos retoques a la máquina. Pero me voy a ir, no les quepan dudas. Quizá lamentaré dejar a ustedes, amigos, dejar a mis cosas, a mi lugar. Pero no puedo quedarme. Tengo que volar de aquí.”
Volvimos a Madryn. Lentamente, remolcando con cuidado al aeroplano y sorteando las matas que crecían dentro del camino vecinal. No cruzamos a ningún vehículo hasta tomar la Ruta 3.
Pedro estaba feliz, emocionado. Nosotros, quizá tanto como él. No, no creo que tanto.
“Bueno Pedro, lograste el objetivo” le dije para animarlo.
“No, mi objetivo recién comienza a ser logrado. Va a terminar de lograrse cuando pise La Solitaria. Entonces, podré descansar por un tiempo. No sé, hay algo que me obliga a viajar hacia allá.”
Pasaron unos días y el avión estaba terminado. Pintado de rojo, su brillo contrastaba con la opacidad característica de las otras máquinas y herramientas del taller.
Una noche, Pedro se vino hasta mi casa.
“Bueno, querido amigo, quizá no nos veamos más. Mañana me voy y no creo que regrese. Mi destino, como te dije, es siempre irme. Quiero que vos y el Tano me acompañen mañana a la salina, desde allí volaré hasta La Solitaria. Pero no quiero volver, no sé, quizá les escriba una carta. O no, aunque si no les escribo, no significa que los olvidé, ya que siempre los recordaré. Significa solamente que no les escribo.”
Tomamos un café en el patio, mientras el cielo limpio de la noche de verano mostraba miles de estrellas brillantes.
Al día siguiente, bien temprano, salimos una vez más, con la camioneta del Tano y el avión a cuestas, hasta la salina. Al llegar, de nuevo Pedro repitió el ritual de revisar a conciencia cada parte de la máquina y del equipo. Lo hacía despacio pero sin detenerse, como si no quisiera apresurar ni dilatar un segundo más la partida. De pronto, llegó el momento esperado, el final de algo y el principio de otra cosa: la partida.
Pedro dijo algo que no recuerdo, nos abrazó y sin darse vuelta caminó hacia el avión. Lo puso en marcha al tercer giro de la hélice. Se subió, saludó con una mano y el avión comenzó a carretear. Recorrió unos metros y se detuvo, algo imprevisto lo hacía fallar. Pedro bajó, ajustó alguna pieza y volvió a encenderlo. Una vez más, luego de un breve carreteo, el avión se paró. Lo mismo ocurrió unas cuantas veces, no sé cuantas, hasta que decidimos intervenir. Pedro estaba desconsolado, con el rostro desdibujado, bañado en grasa y sudor.

Continuará…

ÚLTIMAS NOTICIAS