BIOGRAFÍAS IMPOSIBLES DE PERSONAS QUE DEBERÍAN HABER EXISTIDO

Pelusita, el payaso desconocido

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Hace unos días fuimos sacudidos por una de las noticias más escandalosamente extrañas de los últimos tiempos. En cierta ciudad del interior de nuestro país un grupo de forajidos asaltaron las instalaciones de un circo y, subrepticiamente se hicieron con uno de los carromatos de la comparsa circense. Pero, como se sabe, el crimen no paga, ni siquiera para sustos, a las pocas cuadras se dieron cuenta que el carretón comenzó a moverse solo y ni lerdos ni perezosos, lo amigos de lo ajeno fueron a investigar tamaño portento. La cosa es que junto al armatoste también se habían agenciado del grupo entero de payasos, que al despertarse y verse en tamaña situación no se llamaron a silencio, todo lo contrario. Ni bien abrieron la puerta la emprendieron con los cacos a puro tortazo, lo que derivó en la masiva diáspora criminal.
¿Y a qué viene esta anécdota forense a estas páginas más amantes de las historias que de las crónicas policiales? Viene a que tenemos la ligera sospecha de que en medio de ese grupo de vengadores de cara pintada y zapatones estaría el bien querido Pelusita, abogado jurisconsulto de profesión, pero payaso de vocación. El hecho de que la histobiografía le haya perdido el rastro hace más de dos décadas hace que esta noticia nos sacuda especialmente y mueva nuestros hilos más profundos y vernáculos.
Pelusita nació con el nombre de Palmiro Alfonso de la Palma Castiñeiras en la ciudad de Rosario un día de abril de 1950. Hijo del renombrado juez de menores, don Clodoveo de la Palma Castiñeiras y la señora Casilda Filogorto, reconocida pastelera, especialista en confituras finas. Palmiro, desde temprana edad dio muestras de un histrionismo sin igual en la alta sociedad de Rosario. Son aún recordadas sus monerías en casamientos, aniversarios y fiestas sociales, especialmente por doña Casilda, que debía rescatar al pobre Palmiro de las estruendosas tundas propinadas por el rígido doctor De la Palma Castiñeiras, quien cada vez que lo atajaba haciendo alguna de sus habituales galas, la emprendía a alpargatazos estuviera quién estuviera en la sala. Tanta difusión habían logrado los espectáculos caseros de Palmiro y las azotainas de Clodoveo que más de una vez, en pleno oficio judicial, los abogados defensores recusaban al doctor De la Palma Castiñeiras por su certificada fama de bestia animal. De más está decir que pocos tenían éxito en sus reclamos.
Pero el joven Palmiro creció, y a pesar de su marcada vocación por el vodevil y las artes escénicas, la tradición familiar fue más fuerte y terminó cursando la carrera de Derecho, recibiéndose de Abogado con notas sobresalientes. Con el tiempo instaló su estudio propio en la finca paterna y mientras vivió don Clodoveo ejerció su profesión con el mayor de los empeños, transformándose en un lo de los especialistas en leyes impositivas más destacados del cono sur. Don Clodoveo murió feliz y orgulloso de su prole.
Lo que nunca supo don Clodoveo de la Palma Castiñeiras es que Palmiro tuvo hasta ese día una doble vida. Por las mañanas y las tardes era un probo jurisconsulto, de levita y corbatín, pero por las noches, a la mejor manera de los superhéroes que pueblan la pantalla, arrojaba el traje a medida y se calzaba los pantalones a rayas, las camisas de colores, un flor de plástico tamaño baño en el ojal, pintaba su cara de blanco con una gigantesca sonrisa y, al grito de “Banzai, acá ataca Pelusita” se arrojaba sobre los niños en un circo de las afueras del gran Rosario.
La muerte del pater familias le habilitó cumplir sus sueños. Dos días después del sepelio del prohombre rosarino, la esposa de Palmiro encontró una carta del susodicho a manera de despedida. Sus hijos despertaron con dos besos llenos de carmín en la frente y su madre, doña Casilda amaneció con una flor de plástico en su ventana. Nunca más se lo vio a Palmiro Alfonso de la Palma Castiñeiras, famoso abogado y jurisconsulto, especialista en el derecho impositivo.
Pero, nadie desaparece de un día para otro para los ojos aviesos de un historiador profesional, el revisionismo histórico es el pan nuestro de cada día y es difícil que se nos escapen los detalles. Así fue que un poco aquí, otro poco allá, unos pesos en esta mano, otros dólares en aquella, fuimos destramando la madeja de este saltimbanqui genial.
Pocos meses después de abandonar a familia y allegados, Pelusita -ya no Palmiro, nunca más- conoció a dos payasos, Retón y Tos. Con ellos logró una profunda amistad y formó el trío Pelusita y los retontos, con quienes giró por diversas ciudades de Latinoamérica hasta que ciertos problemas de cartel terminaron con la sociedad. No es fácil lograr la armonía entre tres payasos cuando uno tiene nombre y los otros dos son los tontos, retontos.
Por aquellos años tuvo cierto reconocimiento masivo en Colombia cuando fue protagonista de un sketch en uno de los programas televisivos más exitosos de la cadena Televisa. Paradójicamente, en dicho acto representaba a un juez que enloquecía en plena corte y la emprendía a cachiporrazos con propios y ajenos y terminaba con terrible batahola mientras se escuchaba su mítico grito de guerra, “Banzai, acá ataca Pelusita”.
Lamentablemente el sketch fue dado de baja por ciertas presiones de los sectores más conservadores de la justicia bogotana y Pelusita tuvo que abandonar el país bajo el mayor de los secretos.
Ateniéndonos a nuestra vocación de inclinarnos siempre por las certificaciones históricas irrefutables, a nuestra debida obediencia a la categórica comprobación biográfica, debemos reconocer que en esa despedida televisiva, recordada por pocos, se le pierde el rastro a Pelusita. Ciertos documentos mencionan a un tal “Pelusón”, clown bastante olvidable del circo Cambalache, que recorría las rutas de Ecuador en la década del 80, otros pergaminos, de dudosa procedencia, lo vinculan con un cartel de drogas del sur de México y hay hasta quienes aseveran haberlo visto ya no como payaso, sino como operario de un call center de venta de licuadoras alemanas.
Por eso la noticia de los payasos secuestrados nos llama poderosamente la atención. Nuestro instinto de biógrafos está en juego. De esta forma, apelamos a nuestros lectores, en un llamado a la solidaridad, si tienen información de Pelusita, cualquier dato será bien recibido. Todo sea por la veracidad histórica.

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