DIARIOS DE VIAJE - DÍA 17

De camino hacia Andalucía

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Atilio Lampeduzza, luego de un extraño revoleo en un fondo de inversión de riesgo consiguió un viaje pago a Europa. Ya pasaron casi diez días en un crucero, junto a Carmen, su esposa y sus dos hijos, Albina de 18 años y Ramirito de 7 años, un día Tenerife, otro en Londres, pasaron casi una semana en Madrid y hoy salen hacia Córdoba.

A las 7:20 salieron en el tren AVE de Madrid a Córdoba. Van a recorrer muchísimas ciudades de España, pero lo que no saben es que en Córdoba van a dejar un poco de ellos; en una de las ciudades más lindas del mundo; plena de naranjos en flor durante esta temprana primavera, toda la ciudad huele a azahar.
En la misma estación de tren retiraron el coche que habían reservado. Mientras caminaban hacia el estacionamiento, Atilio, en voz baja para que no lo escuche la chica que iba adelante con las llaves, le preguntó a Carmen:
– ¿Vos habías reservado un Mercedez Benz con caja automática?
– ¿Estás loco? -le respondió Carmen también susurrando.
– Entonces ¿por qué nos dieron un Mercedez Benz con caja automática?
– Ni idea, Atilio, si la vida te da limones, hacé limonada.
– ¿Qué tienen que ver los limones con los Mercedes Benz?
– ¡Yo quiero limonada! -gritó Ramiro que los venía escuchando.
– ¿Limonada, dónde hay limonada? -se sumó Albina sacándose los auriculares.
Ya en el coche, mientras Atilio y Carmen trataban de encender el GPS que habían llevado de Argentina y encontrar la ruta hacia la Medina Al Zahara, Albina y Ramiro protestaban airadamente sobre la carencia fáctica y absoluta de limonada.
La Medina Al Zahara es una ciudad entera que el Califato construyó a finales del siglo IX y que sólo duró 70 años, pero que aún conserva hasta el acueducto romano que usaron de base. Primero vieron un documental que ayuda a entender la historia y el lugar, y antes de acceder a la ciudad, pasaron por un centro de interpretación.
– ¿Dónde están los moros? -preguntó Ramiro, que ya estaba cansado de tanto videorama y le apuntaba peligrosamente a cuanto japonés se le cruzaba con su ballesta.
– ¿Era necesario traer la ballesta, Carmen?
– Vos se la compraste, Atilio.
Finalmente salieron a la ciudad, donde pudieron apreciar, desde las ruinas restauradas, la majestuosidad de lo que debe haber sido una de las ciudades más imponentes de la conquista árabe de España.
Hacia la tarde, volvieron a Córdoba, recorrieron la ciudad histórica, perdiéndose por sus calles y callejones. Visitaron la antigua sinagoga, el Alcázar de las Reyes Católicos y ahora cruzaban el atrio de la catedral.
A la salida, Ramiro corrió enarbolando la ballesta hacia la puerta entusiasmado, había divisado un contingente de turistas japoneses, pero a los pocos segundos volvió espantado y se abrazó a las piernas de su madre.
– ¿Qué pasa, Ramirito? -le preguntó Carmen agachándose preocupada al tiempo que escuchaba unas fanfarrias solemnes que venía de la calle.
Ramiro no contestó y apuntó con su dedo hacia la puerta. Atilio miró y caminó intrigado hacia la luz, mientras Carmen trataba de calmar a su hijo y Albina, apoyada en una columna, escribía en su celular.
Atilio llegó hasta la la puerta, se asomó y rápidamente volvió junto a su familia: “Salgamos por la otra puerta”, dijo asustado.
– ¿Pero que les pasa a ustedes dos? ¿Les afectó la caminata? -al tiempo que cada vez se escuchaba más fuerte la fanfarria.
– Ya están llegando, Carmen, ya están llegando, vamos para allá -le contestó Atilio mientras le tironeaba del brazo.
– ¡Por el amor de Dios, Atilio! ¿Qué te pasa?
Y justo en ese momento, la gente que se había congregado en la puerta se hizo a un lado y aparecieron centenares de personas, todas ataviadas con largas túnicas blancas y con las cabezas cubiertas con largos gorros puntiagudos.
– ¡Ya es tarde! ¡Ya están acá! ¡Te dije que nos fuéramos!
Mientras su esposo comenzaba a hiperventilar, Ramiro le desgarraba las pantorrillas con las uñas y Albina seguía escribiendo en su celular, Carmen miró maravillada la primera de las procesiones religiosas de Semana Santa de su vida.
– No seas idiota, Atilio, es un Paso, y esos son los nazarenos, están desfilando en homenaje a la virgen.
– ¿Nazarenos? ¿Y por qué se disfrazan de Ku Klux Klan?
Carmen miró a su esposo, le sonrió, lo abrazó y esperó hasta que pasaran los miles de nazarenos hasta el interior de la catedral, luego salieron de la mano, para cenar unas tapas en Casa Rubio y volver caminando al hotel bordeando el Guadalquivir.
Al llegar, ya había logrado convencer a Atilio de que iba a ser hermoso pasar las pascuas en Andalucía.

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