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El terrorismo alcanza una nueva dimensión en Turquía

Ankara y Washington culpan al yihadismo por el atentado que dejó 41 muertos en el aeropuerto de Estambul, que ya volvió a funcionar. La relación entre el gobierno turco y el Estado Islámico pasó en pocos meses de una sospechosa indulgencia a la más sangrienta confrontación.


turquiaTurquía se hunde en una espiral de violencia y con el ataque contra el aeropuerto Ataturk de Estambul el terrorismo alcanzó una nueva dimensión. Hace apenas unos meses, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, aseguró que la nación se quitaría el guante de seda y golpearía “con puño de hierro” a los terroristas. Pero estos devolvieron el golpe.

El atentado se produjo precisamente en medio de buenas noticias. Después de meses de tensiones, Ankara y Moscú volvieron a acercarse, y el gobierno turco se reconcilió también con Israel tras varios años. Pero la violencia volvió a alcanzar al país la noche del martes, con un atentado que Erdogan y la CIA atribuyen al Estado Islámico (EI) y que ya dejó 41 muertos y más de 200 heridos.

La relación entre el gobierno turco y el yihadismo fue empeorando desde agosto de 2014, cuando el entonces ministro de Exteriores y luego primer ministro, Ahmet Davutoglu, tildó al EI de “jóvenes sunitas enfurecidos”.

Las banderas del EI incluso ondeaban en las calles de Estambul durante marchas progubernamentales en 2013. Pese a considerarlo terrorista, Ankara trataba al EI en Siria con cierta indulgencia, tanto por combatir contra el régimen de Bachar al Assad como por ser un baluarte contra la expansión de las milicias kurdas.

Esta relación empezó a cambiar con ataques yihadistas en suelo turco, en junio de 2015. Turquía entonces prestó una base aérea a la coalición antiyihadista, encabezada por Estados Unidos, para atacar al EI en el norte de Siria.

Los extremistas respondieron el 10 de octubre en Ankara con el atentado suicida más grave de la historia de Turquía, que dejó 101 muertos. El ataque estuvo dirigido contra una manifestación de la izquierda a favor de la paz en el conflicto kurdo, algo que contribuyó a polarizar la sociedad, al interpretarse que los yihadistas golpeaban a los enemigos del gobierno.

El punto más sensible

El ataque perpetrado el martes por tres suicidas pone de manifiesto la capacidad y voluntad del EI de herir a Turquía en su punto más sensible: el turismo.

Si se confirma su autoría, será el tercer atentado en Estambul dirigido contra el sector turístico, tras el de la Mezquita Azul en enero, con 12 muertos (11 alemanes), y el de la céntrica calle Istiklal en marzo, con tres víctimas israelíes y una iraní.

El turismo, con unos 40 millones de visitantes al año, sostiene el 12 por ciento del PIB de Turquía, aunque este año ya se vio gravemente afectado.

El aeropuerto Ataturk es un objetivo de gran valor simbólico. Lleva el nombre del fundador del Estado turco y representa el despegue económico del país.

Erdogan lleva meses intentando transmitir la impresión de que Turquía está teniendo éxito en la lucha contra el terrorismo. Pero este último baño de sangre no corrobora sus palabras.

La consigna del gobierno es volver lo más rápido posible a la normalidad. Tras los atentados de marzo en Bruselas, pasaron dos semanas hasta que el aeropuerto de la capital belga volviera a funcionar. Pero en Estambul, cinco horas después del ataque, las autoridades aseguraban que el tráfico aéreo ya se había normalizado.

La versión oficial es que ninguno de los tres atacantes suicidas logró burlar la seguridad. Pero testigos apuntan que por lo menos uno lo consiguió.

Se hayan producido o no fallas de seguridad, los extranjeros que se encuentran en Estambul desconfían del gobierno, que promete que vencerá al terrorismo.

Los atentados hacen que se extiendan el miedo y la certeza de que el extremismo puede alcanzar a cualquiera. Cuanto más ensombrece este miedo el encanto de Estambul, más le dan la espalda los turistas a la otrora capital cultural de Europa.

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