Página de cuento 602

Dos Una rara historia de amor en el Golfo – Parte 1

greco cafePuerto Madryn, en un verano oblicuo.
El pocillo de café yacía de pie sobre la mesa del bar. Un rechinar de cucharitas acompañaba la acelerada profunda de un camión de basura, que se alejaba del bar unos metros y se detenía luego, devorando más bolsas plásticas en cada puerta. Las luces de los faroles, a pleno en esta noche incipiente, enfriaban el paisaje y a la vez lo protagonizaban. Cada auto era la sombra fugaz de alguien desconocido, raleando como almas que se van volando.
Farfisa estaba ahí en ese entonces, calculando con la vista cuántas baldosas tendría la vereda de enfrente, observándolas en un ángulo de 30 grados. Todo estaba igual que siempre, salvo por el cartel luminoso del cajero automático de la esquina.
Una mujer se acercó a paso de desfile.
¿Me hace un lugar en la mesa?
La voz femenina sonó opaca pero tibia a la vez, entre el ruido de los vasos que se reciclaban en el lavadero.
“Qué raro”, pensó Farfisa, “A estas horas y en este bar es difícil que no queden mesas libres”. De inmediato, caballeroso como era, apartó el pocillo de café, el vaso de agua y el cenicero. Con el pañuelo le dio una breve repasada a la mesa, lacerada de tantos codazos y propinas tiradas desde lejos.
Sí, cómo no. Siéntese, por favor.
La voz femenina, que venía formando parte de una silueta móvil, se acercó un poco a la mesa y con delicadeza apoyó el flanco nalgal izquierdo sobre el borde, tapando con el mismo la arista, una pata y una buena fracción de la madera de apoyar, de la que Farfisa se encontraba a menos de medio metro. Una minifalda sobreminidimensionada permitió, en una fracción de tiempo mucho menor a los trescientosmilavos de segundo dividido mil, que los rayos lumínicos provenientes de los ojos de Farfisa descubrieran una pierna izquierda bastante bien formada, al menos hasta la altura de la base del aductor.
Afuera comenzó a sonar «Lo mejor del amor» de Rodrigo, en una ráfaga de origen incierto y de target también indefinido. No llovía. Lástima, porque hubiera sido una buena oportunidad de caminar bajo las gotas de agua dulce con esta bella dama, divagando locamente de amor entre las vidrieras empañadas.
Pero no, y no parecía que fuera a llover, al menos en las próximas semanas. Los romanticismos de los charcos de la calle se habían olvidado, dejando en su lugar una sequedad apenas superada por el susurro del mar siempre cercano.
Farfisa se había enamorado, como habitualmente le ocurría cada vez que alguien de pollera pasaba cerca. Pero esto era diferente. Había un no se qué, una erupción de sentimientos aletargados en este encuentro, sentimientos apasionadamente eruptivos. A Farfisa le pasaban cosas.
La mujer se mantuvo en silencio por unos instantes, observando la reacción del sentado, sondeando qué primera impresión había causado en él su presencia. Pero no descubrió nada que le acercara algún indicio de sus emociones, a menos que considerara el temblor nervioso de un pie de Farfisa, que subía y bajaba formando un pequeño círculo en el aire que recorría a una velocidad de 180 RPM y que, sin que su propietario se diera cuenta, golpeaba sobre un vaso roto de plástico, lo cual producía una cadencia similar a la de tres kilos de pochoclo en el momento de reventar.
Puerto Madryn, mientras, aguardaba tranquilo esta nueva historia de amor.
Era tarde para todo, pero… “Nunca es demasiado tarde para llegar tarde, ni demasiado temprano para irse antes…»

Continuará…

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