COSAS QUE IMPORTAN

“Identidad”

Por: Dra.Patricia Chambón de Asencio
www.patriciachambon.com

¿Qué es la identidad? ¿Nuestro documento? ¿Un número, una foto, una serie de datos?
La identidad se construye con aquellas características o rasgos que permiten distinguir a una persona de otras y que a la vez de diferenciarla, posibilita agruparla en un conjunto. Por ejemplo: “los argentinos somos ingeniosos y transgresores”, esta característica nos identifica como personas pertenecientes a una cultura determinada y nos diferencia de otras que no son así. Nos da una identidad común. Este sería un ejemplo de identidad grupal o de conjunto.
Existe una identidad individual que está formada por el conjunto de rasgos físicos, de carácter y de pertenencia social. Los rasgos físicos y de carácter son la manifestación de nuestra herencia biológica que aún en el vientre materno, pero más todavía a partir del nacimiento, van a ser moldeados por los estímulos del entorno a los que seamos expuestos. En ese entorno bio-psico-social se irán modelando las características con las que nacimos, potenciándose algunas e inhibiéndose otras. Si bien nacemos con una “identidad genética”, que es la impronta dada por la herencia en nuestro ADN, para que se manifiesten esas características “potenciales” es necesaria la influencia del entorno. Esto es lo que actualmente estudia la epi-genética. Alguien puede nacer con habilidades para la música, pero si en el lugar donde ese individuo crece, la música está prohibida, jamás sospechará siquiera de su capacidad para ser músico.
La identidad individual se va desarrollando a lo largo de nuestra vida. Las ocupaciones, funciones o profesiones que desarrollamos también forman parte de ella. En definitiva, cada vez que decimos: “yo soy…” nos estamos identificando con esa característica. Así podemos ver en el proceso de crecimiento de una persona cómo se va desarrollando su identidad y también cómo se va transformando.
Las crisis de identidad aparecen cuando alguna de estas características o funciones que forman parte de la idea que tenemos acerca de lo que somos, es cuestionada o deja de tener vigencia. Ejemplo de esto son: la adolescencia, la adultez, la maternidad/paternidad, la emancipación de los hijos o la reconocida etapa del “nido vacío”, la jubilación o retiro, etc. En el ámbito de lo laboral o profesional también existe una “identidad” que cuando finaliza pone en crisis esa idea a la que la persona estaba aferrada: “soy la Diva”, “soy el Gerente General”, “soy el Campeón”, etc. Cuando estas funciones cesan dejan un gran vacío en la vida de las personas que las ejercían, dando lugar a estados de tristeza o depresiones disfuncionales, cuando se niegan a ver una nueva posibilidad de crecimiento en lo que les está sucediendo.
Así vemos que la identidad como idea de algo propio y genuino, puede quedar oculta detrás de actitudes o comportamientos aprendidos para sostener determinadas funciones que conforman lo que se conoce comúnmente como “el personaje”. Cuando se hacen elecciones para sustentar este “personaje” basadas en la conveniencia, la realidad interior de la persona se margina y va quedando cada vez más oculta tras actitudes y comportamientos que no tienen relación con su auténtico sentir. Esta marginación del auténtico sentir no es gratuita. Como todo lo que se reprime, genera desequilibrio que se puede traducir en alteraciones emocionales, estados de constante estrés y predisposición a enfermar continuamente. Esta situación es bien conocida por las organizaciones donde el ausentismo y las licencias por enfermedad son el signo evidente de que quien las padece está sosteniendo su función a un elevado costo.
Si observamos atentamente, podremos ver que nuestra identidad se construye en base a una serie de ideas que describen características, funciones, gustos, ideales, etc. Que finalmente conforman eso que nos define cuando decimos “yo soy…” Estas ideas, mientras más arraigadas son, menos se cuestionan, lo que las transforma en “verdades absolutas” que dan lugar a intocables creencias. De esta forma comienzan a formar parte de la lente a través de la cual vemos la realidad y no se nos ocurre cuestionar esta “forma de ver” ya que es parte de nuestra identidad. Creemos que la realidad es así y que no existe otra forma de ver las cosas. Esto se hace evidente cuando se producen conflictos por creencias religiosas o ideologías políticas. Sin embargo, de cualquier cosa se puede hacer una creencia: “Jamás voy a tomar mate, porque me puedo contagiar alguna enfermedad… Mi tía abuela falleció porque se contagió tomando mate.” La historia que contamos y que nos contamos una y otra vez acerca del por qué de nuestras acciones, reafirma esta idea de “identidad” que vamos cimentando cada vez que la repetimos.
La identidad se transforma con las experiencias de la Vida. No permanece estática. Si así lo fuera, significaría que nos hemos rigidizado o convertido en una pieza de museo; en algo inamovible.
La Vida es cambio constante, todo está sujeto en ella a la transformación. Por lo que nuestra identidad también irá mutando en nuestro proceso de crecimiento, transformándose y transformándonos en seres distintos a lo que una vez fuimos. Este cambio, aunque a veces se acompañe de una pérdida, siempre trae nuevas posibilidades de re-descubrir nuevos aspectos de nuestra individualidad. Desprenderse de algo con lo que estamos identificados no es tarea fácil y la mayoría de las veces es dolorosa. Sin embargo es la forma que tiene la Vida de invitarnos a explorar nuevos e impensados horizontes. Como decía una amiga al referirse a la etapa en que sus hijos partieron a estudiar a la Universidad: “Cuando ellos se fueron sentí que me cortaron los brazos” y su marido sonriente agregaba: “Fue cuando te diste cuenta que te crecían alas”.
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