EN CONMEMORACIÓN AL SEGUNDO ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DE NUESTRO EDITOR, PABLO DRATMAN

Recuerdo deletreado

p3Por Marisa Rauta – Malgastarás días mientras insistas tanto en tu porfía de no fiarle nada a este presente. Te engaña la esperanza cuando piensas que volverá mañana el mismo día. Debes saber que el tiempo no perdona: se quedarán tus manos como escarcha, será tu boca sólo triste mueca, tu piel, bocado ansioso de manzana, se exiliará de todos los espejos…

 

Así dicen los poetas que hay que vivir, reconociendo el `rigor adamantino que sujeta nuestro albedrío..´; a sabiendas que detrás del jugador y de la pieza, la trama empieza mucho antes, y termina mucho después de esta partida de ajedrez que parece hasta real.

El tiempo no es sino el espacio ente nuestros recuerdos. Hoy no puede ser mejor que ayer, porque conmemoramos el segundo año de la muerte de nuestro editor, Pablo Dratman. Tampoco podrá ser hoy mejor que mañana, que contaremos un poco más de vacío y de añoranza de su pluma, tanto como de su linaje de buena gente.

Leí hace un tiempo en una calle agrietada en el norte, en el filo de una pared torcida donde faltaban demasiados ladrillo como para sostenerse en pie, un graffiti enmohecido que decía `No es el tiempo el que pasa, pasamos todos nosotros´.

Buscar palabras para esta fecha es echar mano de todo lo visto y oído. Sólo así se puede llenar la brecha que abre en el alma la muerte de un amigo y maestro.

Buscando y buscando empecé a darme cuenta ayer, -antesala al silencio absoluto que pide el recuerdo de hoy-, que muchas de esas palabras buenas que me dejaban decir, también están moribundas, pasando por esta vida de ex-presiones y modas, finitas como nosotros.

Tal vez por eso mismo  que han dicho otros, que el idioma es un organismo vivo que se encuentra en una situación constante de cambio y movimiento. Quizá por eso, es que hay palabras que se empiezan a ir para siempre, también pasando, impronunciadas, desdibujadas, dejando de existir, sin hacer más ruido ni nada.

Así quedan ellas. Como archiperres, trastos inútiles, quedan las palabras por morir en el bolsillo del cartapacio de algún parvulito distraído. Lejos de la fruición de tipos como vos, todo un dandi, ningún badulaque; por el contrario, ledo, petrimetre aunque un poco camanduero también.

Entonces las busco, les doy oxígeno boca a boca desesperadamente y las digo, para que vivan un rato aunque sea. Las escribo para que queden un día más dando vueltas en el aire, para que alguien las pronuncie en voz alta hoy, para que generen dudas mañana, para que uno busque su significado la próxima semana, para que alguno las comprenda en algún momento, para que otro las ignore quizá siempre.

Hurgando en el diccionario de las palabras acalladas con las que busco erigir este recuerdo, advierto también que hay algunas que más riesgo corren, como probablemente la alegría, y ni hablar de las desvencijadas lealtad o felicidad, perdedoras definitivas en ese impiadoso ranking de los dichos y los hechos que hacen a la modernidad y al enquiste del poder.

Sin más, este espacio, que fue la columna política tuya, va teniendo plaga de términos que parecen garantizarse vida eterna como: traición, acuerdos, especulación, encuesta. Grafías que superviven a costa de encaramarse a la mala leche que las engorda, como suero mágico, y las inmortaliza en el minúsculo espacio que queda para la esperanza del pueblo. Sino, de que otra forma podríamos mencionar día a día todo lo que pasa.

Y si hay palabras agonizantes, otras heridas, que van disonando, casi por desaparecer, también las hay muchas definitivamente extintas. Labrando esas pérdidas, buscando salvar lo que queda de esos significados, fue cuando supe que llamativamente no nacen otras palabras de la nada.

Las nuevas, las que vienen, se reproducen, se forman de nombres, eponimizadas y emergentes, o saltan vocablos mestizados adoptados de extranjerismos. Hay partos nuevos, pero de pequeños decires, acartonados y reductores asiglados. No nuevas palabras, de raza pura. Por eso, las originales palabras que se van, dejan un vacío extraño, como todas las especies que han cumplido su instancia en la existencia, y han sido bichos raros.

Hace unos 400 años, apenas un siglo después de su descubrimiento, murió el último `dodo´ de las Islas Mauricio, y con él su especie se dio por extinguida. Se trataba de una especie de paloma gigante, de más de medio metros de altura, regordeta y misteriosa, que no podía volar y que, además, tenía fama de lenta de entendimiento, solamente porque era tan confianzuda y curiosa que no huía del hombre y se dejaba atrapar con facilidad.

La fecha del último bicharraco pudo coincidir con este día pero allá por el 1662, y uno de los últimos en ver al gallinazo avenido a Fénix a partir de su extinción, fue un naufrago, Volkert Evertsz.

Fue tal su fama de boboncho que escaló hasta la historia de “Alicia en el país de las maravillas”. También protagonizó el dodo un papel en “Ice Age” (La Era de Hielo), en la cual se resalta su presunta estupidez, y hasta sonó en canciones de David Bowie, Genesis, Bad Religion o Nacho Vegas.

Desparecido para siempre de la faz de la tierra, sin embargo su impronta perdura, por ejemplo en el escudo de la República de Mauricio. Los hallazgos de restos de `dodos´ y las reconstrucciones científicas comprobarían mucho después, que este alado que nunca levantó vuelo, no lo hizo por ser bobo, sino porque no tuvo suficiente tiempo para aprender. Cuando la isla era suya, no había hombres invasivos asesinando por deporte, y por eso no volaba, porque no necesitaba ir tan arriba. Así, como el mito del ave Fénix, el dodo alimentó algunas versiones de supervivencia en el Más allá, pues renació un poquito de su gloria tardía.

En la escritura, como en la pintura, o en la fotografía, también hay un “momento preñado”, ese que plasma la presencia del referente.

Con todo aquello que decimos, significamos en lo singular aquello esencial de lo universal. Cuántas palabras podría encaramar boqueantes al silencio que hoy me delata? Cuántas especies en peligro alcanzarían para llegar a la tuya, fiel, amigo, escritor de lo posible?

Decía el maravilloso Barthes, ese rumiador de semiologidades, cultivador de hipertextos, amansador de significados con caricias de entendimiento, que el studium de una impresión es su campo de connotación, lo que buscamos en ella. Pero punctum, es la flecha que sale de la imagen, sin haberla buscado, para herirnos e impactarnos de lleno. “Pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también casualidad”. Es, por resumirlo en un único término, aquello que des-punta. Así son algunas presencias en nuestras vidas, la apertura para todo lo demás. Lo dijo también el tanteador de verdades, Jorge Luis, con un verso que te dio de lleno amigo, antes, mucho antes que yo y otros comprendiéramos que no te fuiste Pablo -palabra repetida y vigente-, sino que como el dodo, sólo echaste a volar.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

 Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonías?

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