HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

El destino que intenta alcanzar se encuentra congestionado…

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

En la vida damos por supuestas infinidad de cosas, esa es la única forma de poder caminar por la calle en paz con nosotros mismos y con los demás. Porque, digamos, si anduviéramos todo el tiempo cuestionándonos las pequeñas cosas, ¿cuántos metros avanzaríamos? Si uno, al llegar a la esquina y antes de cruzar la avenida Gales, se enfrentara al semáforo preguntándose por qué cornos el muñequito ese que nos indica con un furioso rojo que nos detengamos es justamente rojo y no, por ejemplo, salmón y cuando finalmente cambia y se pone verde, la duda nos impediría seguir avanzando, ahora acrecentada por ese verde esperanza, que bien podría ser un fucsia saltón… O, al sentarnos a la mesa de una confitería, mirar el televisor donde se suceden un video musical tras otro y percatarnos que por los parlantes suena una eterna Shakira, ¿por qué, eh? ¿Por qué esa discronicidad perpetua entre el video y la imagen en las confiterías argentinas?
Uno ya está como pasteurizado ante este tipo de disquisiciones, que bien podrían paralizar al más seguro. Pero nosotros no nos encontramos en esta columneja para andar hablando de seguridades, sino, justamente, para ahondar y bucear en esas pequeñas cosas que nos pueden llegar a quitar el sueño en la noche menos esperada.
Porque pongamos el caso que usted, entrañable lector, ya se ha cepillado los dientes, se ha puesto su pijama más cómodo y se ha metido entre las sábanas, previo chequeo de que estuviera con llave la puerta, cerrado el gas y la luz de la cocina apagada. Comienza a hundirse lentamente en los dominios de Morfeo y… Algo está mal, abre los ojos en la oscuridad y sabe, porque está completamente seguro, que no podrá dormirse hasta que alguien no le explique por qué cornos los números de las calculadoras de bolsillo están invertidos con respecto a los teclados de los teléfonos, ¿eh? ¿Por qué?
En un intento descomensurado por parte de este escriba, y en pos de la salud mental y descanso merecido de mis lectores, hoy voy a acercarles una pequeña explicación de este tan curioso acontecimiento.
La cosa es así, si observamos los números en una calculadora, o mismo en cualquier teclado de computadora, vemos que los tres de arriba son el 7, el 8 y el 9, pero si tomamos cualquier teléfono, sí, el del celular sirve, notamos que, caprichosamente, la secuencia comienza con el 1, con el 2 y con el 3. Eso sí el cero está, increíblemente, en el mismo lugar, relegado a la soledad de una cuarta fila.
Cuentan los que saben que los primeros teclados que contuvieron dígitos fueron los que traían las viejas máquinas sumadoras mecánicas, cuya disposición era similar a la que se continúa utilizando en las computadoras y calculadoras, con la secuencia 7-8-9 arriba. Estas máquinas, terribles aparatotes, si bien no estaban muy difundidas entre la gente, sí eran habitualmente utilizadas por contadores, empleados de bancos, contables de oficina y secretarias pulposas (lo de pulposas es una libertad literaria que me he permitido tomar, ustedes sabrán disculpar). Y como esta gente usaba estas maquinolas cotidianamente, habían adquirido una agilidad sorprendente; uno podía pedirle las sumas o multiplicaciones más complicadas y llenas de números raros, incluidos decimales, y en un periquete le daban el resultado, en una demostración de manejo digital asombroso.
Pero este tipo de habilidades no eran tan bien vistas en otros aspectos de la vida, porque cuando hacia fines de los 50 se comenzaron a difundir los primeros teléfonos con botones, la incipiente tecnología no permitía que se digitaran los números muy rápidamente, porque de esa forma se imposibilitaba establecer la comunicación con el número de teléfono deseado.
Entonces, ¿qué hacer con toda esa caterva de gente, entre contables, bancarios y secretarias pulposas que iban y marcaban rápido, embrollando todas las líneas telefónicas? Si lo hacían rápido, lo mejor para desacelerar tanto ímpetu digital fue complicarles la existencia y fueron y le dieron vuelta el teclado, donde antes encontraban el uno, ahora tenían el siete, y andá a marcar rápido ahora si podés.
Otros, más dados a las matemáticas y la lógica que a las hadas y a las canciones de cuna, dicen que en la década de los sesenta los laboratorios Bell, en Estados Unidos, antes de lanzar sus teléfonos con teclas estudiaron cuál era la disposición más cómoda para marcar los números. Después de muchas pruebas prácticas, entre las que se encontraba hasta un teclado formado por dos filas de cinco números cada una formando un círculo, decidieron adoptar, finalmente, el mismo tipo de teclado de tres filas con tres botones o teclas que utilizaban las máquinas sumadoras, pero colocando los números en orden inverso, o sea, comenzando por las teclas inferiores y terminando en las superiores.
Pero refutadores de leyendas, como bien dice el maestro Dolina, hay por todos lados, lo que tenemos que hacer es desenmascararlos y huir prontamente de su lado, ¿no?

Nota del autor: Esta nota utiliza datos extraídos del sitio web http://www.asifunciona.com.

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