HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

De mis vicios, el más estacional es el helado

El 21 de diciembre, dicen, empieza el verano, pero, qué quiere que le diga, con el viento de estos días, más que empezar, para mí que lo trajeron a los empujones. Pero fuera de estas inclemencias (pocas veces tan bien usado el término, porque de clementes, las ráfagas de 100 kilómetros por hora, no tienen nada) del viento, igual el estío, o la canícula, como le decía la abuela Pancha, se ha hecho sentir. Que los treinta y pico de grados caen certeros en la nuca cuando pretendemos cruzar la plaza al mediodía. Usted preguntará quién puede querer cruzar la plaza al mediodía, horario tan propicio para estar almorzando y preparando la siesta; bueno, que todavía hay gente que sufre el horario corrido y debe saber sortear esas horas abrasadoras con galantería y buen gusto. Y qué mejor gusto para evitar los calores que tomarse un helado, y justamente eso hacía querido lector, cruzaba la plaza rumbo a la heladería, vio que el que pregunta obtiene respuestas…
Y mientras disfrutamos nuestro cucurucho chorreante frente a la playa, mirando a los inconcientes bañistas de mediodía, podemos meditar unos minutos y analizar los pormenores de nuestra existencia. ¡Ah! ¿Que es diciembre y no anda con ganas de andar meditando y mucho menos de pormenores? Todo bien, no seré yo justamente quien lo obligue a caer en las garras de la filosofía metafísica, pero en su defecto, y tal cual reza el título de esta columna semanal, le voy a acercar un par de curiosidades sobre eso que tiene en la mano, sí, el helado, ¿en qué estaba pensando?
Uno se puede preguntar cuál es el origen del helado, a quién hay que prenderle velas por tal magno invento… Bueno, el problema justamente es que existen tantas versiones sobre su origen como sabores, aunque una de las que tienen más adeptos lo ubican en la antigua Babilonia.
También existe otra teoría que trae un poco más acá el descubrimiento del helado. Ahora nos resulta de lo más normal sacar un cubito de la heladera, pero hubo un tiempo en que este tipo de prodigios eran sólo producto de alguna mente afiebrada. En la época donde no existían los refrigeradores y la nieve era escasa, los grandes señores, como Alejandro Magno o el emperador romano Nerón enfriaban sus bebidas también con hielo, pero una clase de hielo un poco más elaborado, el mismo era transportado por esclavos que corrían montaña abajo para evitar que se derritiera; la leyenda cuenta que alguno de dichos esclavos, para ir ganando tiempo en el camino mezcló algún jugo con el hielo y terminó inventando el granizado, pariente cercano de nuestro benemérito helado.
Se cuenta también que en la Edad Media, en la cortes árabes se preparaban los llamados “sorbetes” que no eran otra cosa que frutas frías. Los turcos las llaman “chorbet” y los árabes “charat”.
Por otro lado, y para no deshonrar su historia de grandes inventores, los chinos, después de la dinamita y los tallarines, también aparecen como autores de los helados, tradición que habría pasado posteriormente a la India. Y habría sido, justamente, el bueno y conocido viajero veneciano, Marco Polo, quien llevó precisamente de Oriente varias recetas de postres helados que ya eran conocidos en Asia hacía cientos de años. De más está decir que la popularidad fue inmediata y los maestros cocineros pusieron de su imaginación y aplicaron recursos novedosos. Otro invento más que le birlan a los italianos después de los fetuccinis, lo único que falta es que alguien asegure que la pizza proviene de la Polinesia, y estamos hechos.
Pero volviendo a nuestros helados, debemos saber que el mismo recibió un fuerte impulso cuando en el siglo XVI se descubrió que el nitrato de etilo, al ser mezclado con la nieve producía bajas temperaturas. Este detalle, tan químicamente incomprensible, fue celosamente guardado por el cocinero de Catalina de Médicis y Enrique II de Francia. Y también ahí fue donde se les ocurrió que las recetas bien podrían llevar huevos y sabores distintos. Pero, como todos sabemos, guardar un secreto en cualquier corte era más difícil que ponerle herraduras a chimpancé, y fue así que una nieta de Catalina se llevó el famoso dato a Inglaterra y de ahí saltó para América en la época de la colonización.
Pero si hay algo de lo que aún pueden jactarse los italianos es que fue un siciliano el primero que abrió comercialmente un negocio que vendía estas exquisiteces. Francesco Procope es, según los memoriosos, el primero que puso un establecimiento de estas características en 1660 en París. Decir que se forró de billetes es poco.
Así es que la de Procope es considerada la primera heladería que existió en el mundo y comercializó el producto. Eso sí, sólo de vainilla, chocolate y un poco más tarde, de nata.
Así que los dejo, ya es hora de ir volviendo y del helado poco ha quedado, nos encontramos el sábado que viene, espero que se hayan portado bien y Papá Noel visite generosamente sus arbolitos y… ¡Feliz Navidad!

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Nota del autor: Basado en un reporte de

http://www.rcm.cu/index.htm

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