COSAS QUE IMPORTAN

El menor esfuerzo

Por Dra.Patricia Chambón de Asencio
www.patriciachambon.com

“¿Qué más puedo hacer? No quiero sentirme así!” Los ojos ávidos de respuestas, los labios tensos quebrados en un rictus, todo en su rostro expresando el ansia. Otra vez hizo todo un repaso de los infructuosos intentos que había hecho para que esa fea angustia se fuera. Apareció una larga lista de recursos que esgrimió para hacerle frente: tomar té de valeriana, escuchar el tema musical preferido, hablar con una amiga, comer chocolate, mirar una peli…lo que sea con tal de no quedarse a solas con su angustia!
“¿Qué más puedo hacer?” La pregunta resonó en el aire cargada de expectativa. “No hagas nada.” fue la respuesta. “Pero no quiero estar así, no me gusta, es insoportable!” “Tiene que haber algo que me saque este malestar, algo que me calme.” “Justamente, dejar de huir de la angustia. Sentirla, sin cuestionarla. Experimentarla sin sacar conclusiones ni elaborar teorías. Simplemente vivirla. Eso, nada más. El problema no está en la angustia. El problema surge cuando no quieres sentir angustia. Cuando rechazas lo que está sucediendo. Cuando quieres saltar rápidamente a otra sensación y no puedes evadirte. Ahí está el problema que crea el sufrimiento”
Este fragmento de una historia que podría ser común a cualquiera de nosotros me dejó pensando. Hemos sido programados como buscadores de placer y evasores de lo no placentero. Todos nuestros sistemas de compensación se basan en esta premisa. Conseguir el bienestar. Y cuando no lo conseguimos? Nos sentimos pésimo! Por el malestar que rechazamos y además por todas las críticas que nos auto inflijimos : “A mí no me puede estar sucediendo esto” “En qué me equivoqué?” “Hay algo que me está faltando…tengo que conseguirlo!” Y otra vez salimos disparados hacia afuera a buscar la causa de nuestra angustia. Viene a mi memoria en este momento una frase que decía un profesor en mis años de Residente: “La angustia es el dolor de parto de la mente. Cuando algo nuevo va a surgir, cuando estamos por llegar a una nueva comprensión de la realidad, la angustia aparece abriendo el camino.” Qué concepto tan diferente de la angustia respecto a la concepción habitual que de ella se tiene!
Estamos programados para huir de la angustia. El mercado farmacológico ofrece una extensa y variada gama de mitigadores de la angustia en diversos grados: desde las más leves hasta las desquiciantes. Hay para elegir. Es posible que nos dejen un poco aletargados, medio embotados o casi anestesiados, pero es mejor eso antes que sentir la angustia. También el mercado de consumo ofrece múltiples, diversas y sutiles formas de aligerar la angustia: bebidas embriagantes, cigarrillos que calman, comidas copiosas, música estridente, autos vertiginosos, espectáculos asombrosos. Estímulos diversos que atrapan nuestra atención y nos alejan del vacío que nos provoca la angustia. Así entramos en una vorágine de sensaciones tratando de evadirnos, de saltearnos algo que está allí y vuelve a aparecer cuando las estridencias se aquietan un poco.
¿De qué escapamos? ¿Qué es lo que hace que optemos por encolerizarnos por cualquier motivo antes que enfrentarnos a “eso”? La respuesta está en cada uno de nosotros. Y cada cual tendrá que afrontarla y enfrentando ese momento que rechaza, que abre la puerta a la angustia. Ese momento que lleva diferentes nombres: soledad; silencio; ausencia; aburrimiento; enfermedad; cambio; muerte. Porque hasta que no lo enfrentemos seguiremos huyendo, atiborrándonos de actividades, comidas, relaciones y cosas que funcionen como mitigadores de la angustia.
“¿Cómo es su angustia?”-preguntó el maestro. Los discípulos respondieron: “Es como una goma amarga en la boca”, “Un nudo en mi garganta” “Un puño cerrado en el estómago.”Un peso agobiante en el pecho.” “Un agujero doloroso en el vientre.” El los escuchó atentamente y volvió a preguntar: “ ¿Pueden darle su atención plena, sin ningún comentario?” “Prueben y fíjense qué pasa.” En la soledad de su práctica cada uno acechó a su angustia y cuando apareció sólo la observó. La experimentó sin evadirse, sin rechazarla.
Mastiqué mi angustia, goma amarga en la boca, sin preguntarme por qué ni de dónde venía. Sólo la sentí. Le di mi atención plena sin rechazarla. La respiré, la deshilaché entre mis dientes, entre mis labios, la palpé, la amasé y cuando ya casi no la sentía la solté. Allí quedé respirando, ese extraño estado de amargura, vacío y tranquilidad. Hasta que me atrapó un rayo de luz sobre el verde de una hoja y el trino de un pájaro me produjo un sobresalto, entonces me di cuenta que estaba liviana y vacía.
Sólo cuando nos quedemos a solas con nuestra angustia y la miremos cara a cara, sin rechazarla, sin culpar a nadie por ella, sólo sintiéndola, respirándola, aceptándola… podremos traspasarla. Ya no hará falta que corramos detrás de nadie, ni que nos aletarguemos para no sentirla. Porque habremos descubierto en este acto de transitarla, de masticarla, de amasarla que se disuelve como una nube, como la bruma y que detrás no hay nada.

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