HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

De cuando Rasputín se apoyó en un sauce para salvar al Zar

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

El otro día conversábamos con algunos amigos sobre este bienvenido y extraño renacer del interés histórico. Desde que tengo uso de razón que no recuerdo que se dejen de lado las polémicas fuboleras para dar paso a discusiones vehementes sobre si Belgrano era un buen militar o si Dorrego pudo haber salvado su vida de las manos de Lavalle. Y todo a causa de un programa de televisión.
Colgándonos de esta moda historicista y alejándonos un poco bastante de estas tierras, podemos encontrar a uno de los personajes más curiosos (y más siniestros) de principios del siglo XX, el monje Gregorio Efimovich Rasputín, todopoderoso en la corte del zar Nicolás II.
¿Cómo accedió este humilde monje a tener en sus manos el destino de millones de rusos, y si se quiere, de toda Europa?
Entre los factores más importantes que acercaron a Rasputín al poder absoluto de Rusia, está la milagrosa mejoría del hijo del zar, el zarevich, que padecía de hemofilia. El niño no se reponía de su afección a pesar de ser tratado por el grupo más selecto de médicos de la corte. Rasputín convenció al zar de que alejara a todos los médicos, abandonara todo tratamiento y lo confiara a sus exclusivos cuidados, que consistían en conjuros y oraciones.
Y, a pesar de todos los augurios y previsiones, al contrario, el hijo del zar se repuso a los pocos días. ¿Acaso Rasputín realmente tenía poderes especiales? ¿Era realmente un monje sanador?
La mágica curación del zarevich tiene su explicación. Los médicos que expulsó Rasputín estaban tratando a su magno paciente con una droga novísima, una droga que calmaba todos los males conocidos, menos, como ya lo debe estar usted, sagaz lector, pensando, la hemofilia. Esa droga, como se sabe ahora, retarda indirectamente la coagulación de la sangre, y por lo tanto es totalmente contraindicada para los hemofílicos, o sea, al echar a los médicos, se suspendió la droga, quitándole el milagro a la espectacular recuperación del zarevich.
A pesar de todo (y de Rasputín), la droga en cuestión siguió su carrera ascendente y se hizo más popular que los reyes y los políticos, hasta el punto que hoy en día es el medicamento más utilizado del mundo.
Con ustedes, señores, el veneno del zarevich y la salvación de millones; la aspirina, nombre con el cual fue lanzada por un laboratorio alemán el 10 de febrero de 1899. De la cual, actualmente, el mundo consume la increíble cifra de cien mil millones de comprimidos por año.
A Rasputín no le fue tan bien, en 1916, hartos de él, del rumbo errático que imprimía a la política rusa y de su germanofilia en plena Primera Guerra Mundial, un grupo de nobles lo asesinó mediante una increíblemente eficaz combinación de balas y arsénico, comprobando que muchas veces la combinación de tratamientos optimiza los resultados.
Pero volviendo a la aspirina, y recuperando ese espíritu de revisionismo histórico imperante en las pantallas de la televisión argentina, podemos decir que es un medicamento muy antiguo. Desde el siglo I, se utilizaban ya las virtudes terapéuticas de la corteza, hojas y savia del sauce (que si usted no lo sabía es de donde se extrae) para calmar fiebres y dolores, pero sólo en el siglo XIX se logró extraer y sintetizar el principio activo de los mejunjes tradicionales: primero la salicilina, luego el ácido salicílico, moléculas cíclicas y relativamente sencillas que presentaban, no obstante, serios problemas de intolerancia. En 1853, el joven químico Gerhardt logró la acetilación del ácido salicílico y obtuvo el ácido acetilsalicílico: la aspirina adquiría su forma actual y definitiva.
Y es recién en 1971 cuando John Vane propuso una explicación de todos los efectos benéficos de la aspirina al demostrar que inhibe la síntesis de prostaglandinas, sustancias que acompañan y motorizan las inflamaciones. De paso, como las prostaglandinas bajan el umbral de los receptores del dolor, éste disminuye. Debido a esos trabajos, Vane recibió en 1982 el Premio Nobel de Medicina.
Así que la próxima vez que vea un programa de televisión que le dé dolor de cabeza, recuerde a nuestro querido sauce llorón, que en su savia contiene el anticoagulante que llevó a Rasputín al trono ruso.

Nota del autor: La historia de Rasputín y la aspirina fue extraída del sitio web
http://www.portalplanetasedna.com.ar/

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