HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Desmitificando la historia

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Ser padre de un hijo adolescente debería figurar entre los trabajos más insalubres de la larga lista de trabajos insalubres. Seguramente ahora me van a saltar a la yugular esas madres amorosas al grito de que no hay nada más lindo que ver a nuestros hijos crecer, que el abrazo de un hijo no tiene precio, que soy un desamorado y todas esas verdades que no tengo tiempo ni ganas de refutar. Obviamente que todo eso es muy lindo, y de hecho lo disfruto, ¿usted me cree, no, fiel lector? Pero eso no quita que la adolescencia sea una de las pruebas más complejas y atemorizantes que cualquier padre pueda enfrentar.
Y uno de los costados más encarnizados en la lucha por sacarlos de ese estado de semi embotamiento constante es el tema de la escuela. Especialmente, y no me discuta, el combate es mayor a la hora de mandarlos a estudiar historia. ¿Qué tendrá la historia que genera tanto rechazo en esas mentes juveniles? Porque problema de memoria no es, sin duda. Si uno le pregunta, por ejemplo, a nuestra niña de 13 años cuántas novias ha tenido Robert Pattinson, ese desmelenado y bizco protagonista de la zaga Crepúsculo, estoy seguro que podrán darle detalles con pelos y señales de cada una de ellas, fechas de ruptura y hasta montos de indemnizaciones. ¿Será entonces culpa de los profesores, que no le generan empatía con los datos que han hecho de nuestra Nación este entrevero de personalidades mal medicadas? Tampoco quisiera enemistarme con cuanto profesor de historia que ande dando vueltas por las calles de Madryn. Debe ser entonces por el sistema mismo, que hace antipática cualquier lista de acontecimientos históricos.
De lo que estoy seguro es que si le encaráramos por los mitos antes que las realidades a unos cuántos engancharíamos. Por ejemplo, arrancar la clase de historia contemporánea y preguntar quién fue el primer extranjero en atacar Estados Unidos en su propio territorio… Seguramente más de uno –eso espero- levantará la mano para decir que fueron los kamikazes aviones nipones de la Segunda Guerra Mundial, o en su defecto, Bin Laden, con el ataque a las Torres Gemelas. Pero no es así, el primero fue Pancho Villa, quien allá por 1916 cruzo el Río Grande y atacó la ciudad de Columbus, en Nuevo México, donde mató a siete personas. Eso sí, la invasión duró menos de diez horas y todavía no se la perdonan a los pobres mexicanos.
O que Napoleón no era tan petiso como lo pintan, es más, medía 1,68 cm, una altura bastante aceptable para esos días; si hasta era cuatro centímetros más alto que el duque de Wellington, su gran enemigo. Injusticias para el gran Emperador.
¿Y eso que dicen que Hernán Cortés, en un ataque de osadía, quemó sus naves? Mentira, según el relato de Bernal Díaz del Castillo, el cronista que acompañó a la expedición durante la conquista de México, lo que hizo fue embarrancarlas y barrenarlas, para abrir vías de agua y que se hundieran solitas. Además, Cortés dejó una intacta, para que fuera a Cuba a solicitar el envió de más víveres y tropas. ¿Será de aquí de donde proviene lo de que lo Cortés no quita lo valiente?
Tampoco es correcto que la revolución de Octubre haya sido, justamente en octubre, sino en noviembre. Según el actual calendario gregoriano, comenzó el 7 de noviembre, cuando Lenin se sublevó en San Petesburgo contra el gobierno de Kerensky. Lo que ocurre es que Rusia se regía aún por el llamado calendario Juliano y así les cayó el 25 de octubre. ¿Pero quién va a andar cambiando tanta iconografía empleada?
¿Y si le digo, atento lector, que Van Gogh no se cortó una oreja, sino sólo un pedacito del lóbulo izquierdo? ¿Le quita valor a sus girasoles?
También cuenta la historia que fue Marco Polo el responsable de traer la pasta de Oriente, pero en realidad fueron los árabes, durante la invasión de Sicilia en el año 669, unos seiscientos años antes del nacimiento del famoso viajero; por lo menos así lo cuenta el historiador musulmán Al-Idri, relatando que los moros instalados en la isla comían los itriyah, o sea, un tipo de fideos secos.
Y ya que estamos desmitificando historias, esa famosa frase de Humphrey Bogart en Casablanca que repite en nuestra memoria el remanido “tócala de nuevo, Sam” es falsa de toda falsedad. En realidad lo que se dice es “Tócala Sam, toca ‘As time goes by’”, y no en la voz del sempiterno galán maduro, sino en la sensual melodía de Ingrid Bergman. Y si la intención es terminar de arruinar la magia de esa película tan sobrevalorada, según la pobre opinión de este escriba, el actor que interpretaba al dichoso Sam, Dooley Wilson, no sabía tocar el piano, la música la agregaron en la edición. Tomá mate.
Después de estos datos reveladores estoy seguro de que los chicos se divertirían mucho más estudiando ciencias sociales en la escuela y dejarían -es sólo una esperanza- esa cara de traste cada vez que llegan a casa.
De hacer la cama, ni hablar, pero algo es algo.

Nota del autor: Datos extraídos de la página web http://nitecuento.es de Pedro Marga

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