Página de cuento 511

Los olvidados de la lluvia – Parte I

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

«En algún lugar debe haber alguien, ahora, que está siendo atropellado por un auto.»
René Oiratilos pensó en eso en el mismo momento en que se disponía a cruzar la 25 de mayo en mitad de la cuadra. La lluvia no cesaba desde el mediodía. Sin embargo, el clima no era malo del todo. Rápidamente atravesó el asfalto y puso un pie sobre el cordón de la vereda, se apoyó en él y saltó un charco de agua marrón que inundaba un desnivel de las baldosas. Por todos lados había olor a maní azucarado: la humedad exacerbaba ese olor.
Un grupo de jóvenes grises se amontonaba en la puerta de un negocio de video juegos. Sin mirarlos casi, caminó sorteando a los que obstaculizaban el paso. Alguno dijo algo, supuestamente dirigido a él, pero no se detuvo, ni siquiera pudo identificar a las palabras, aunque sonaron algo desafiantes.
Sus brazos pendulaban a los costados, mientras la llovizna era cada vez más molesta. Llegó hasta el edificio y oprimió el botón del Quinto A. Nadie respondió. Una vez más tocó el timbre y acercó la oreja al portero eléctrico, para asegurarse escuchar. Pero no, nadie respondió. Entonces tocó el timbre del Tercero C.
– ¿Sí? ¿Quién es?
– Yo, René.
– Ah, bueno. Pase.
Sonó una chicharra en algún lado y enseguida René empujó la puerta de metal y vidrio, que emitió algo así como un quejido de chapa contra el piso. Subió al ascensor, llegó al tercer piso y buscó, en penumbras, a la letra C en alguna puerta.
Antes de golpear, la puerta se abrió.
Una mujer, apenas asomada por detrás de la puerta semiabierta, le dijo:
– Pase, por favor.
– Gracias, en el Quinto A no hay nadie, creo.
– Es probable, aunque a veces Doble T está pero no atiende al portero eléctrico. No sé, es un poco rara.
– Vengo a traerle esto. Lo manda Triflex.
Sacó un paquete abollado de papel del bolsillo interno de la campera.
– Pero.. yo no le pedí que me mande nada… No lo quiero.
– Usted sí lo tiene que querer, es de regalo, creo. Al menos, no tengo que cobrarle nada, nada más me dijo que se lo diera, y que no me fuera sin que usted lo agarrara.
– Ya le dije, no quiero nada de Triflex y no lo voy a recibir. Váyase.
– En ese caso, deberé quedarme. No puedo irme sin haber entregado el paquete. Las órdenes fueron claras y esta es mi forma de subsistencia. Sepa disculpar, pero necesito trabajar, y usted está entorpeciendo mi labor.
– ¿Usted sabe lo que contiene ese paquete?
– No – René se estaba impacientando.
– ¿Y si tiene droga?
– No, no me parece. Es más bien un regalo común y corriente. Pero, en última instancia, no me interesa.
René estiró el brazo como para dejarlo sobre la mesa, atestada de diarios.
– ¡No! ¡Ya le dije que no lo quiero!
– Mire señora, sea razonable. Yo le doy el paquete, usted lo agarra.
Después, si es su deseo, lo tira a la basura y listo. Pero yo tengo que darle el paquete ahora.
– Está bien, démelo. Estoy cansada.

Continuará…

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