Página de cuento 496

El muchachito – Cuento – Parte 1

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com www.nacher.com.ar

‘…En silencio, Cleptus se acercó a la pequeña mesa que ocupaba el rincón derecho de su recámara. Abrió el único cajón de la mesa y sacó un sobre. Una vez más volvió a leer aquella carta. Sus ojos recorrieron rápido las primeras líneas, buscando el punto donde sabía debían detenerse: «… por favor, no dramaticemos esto. No vuelvas a llamarme. No me busques. Hasta siempre. Casiopea»
Finalizó de leer y puso la mirada en la ventana abierta, en un punto lejano más allá del horizonte marino. Una vez más confirmó que no se trataba de un mal sueño: Exedra lo había abandonado.
Había entendido la situación, pero aún no se resignaba al hecho. El devenir de los sucesos lo había tomado casi de sorpresa y debía adaptarse a su nueva situación lo más pronto posible…’

Dejé el libro en el piso y me levanté de la cama. Estas novelas de amor me estaban aburriendo un poco últimamente. Pero qué podía leer hoy por hoy que no fueran best-sellers o tratados de autoayuda. Dónde están, me preguntaba, los nuevos Moby Dick, los nuevos Julio Verne. Dónde están los nuevos Star Treck. Por más que recorriera los anaqueles de viejo de las librerías no encontraba nada más que insulsos libros de filosofías orientales o manuales de cómo ser feliz ayudándose a sí mismo. Mientras miraba los estantes, soñaba despierto. Cómo me gustaría cruzarme al Corto Maltés a la salida de la librería, y trenzarme con él en una aventura en alguna isla del Mediterráneo. Pero, de seguro, ese no sería mi destino. Debía permanecer oculto en esta ciudad de los suburbios del mundo, perdiéndomelo todo.
Fui al baño y me miré al espejo. Tenía la barba apenas crecida y el pelo corto. Decidí no afeitarme y darme un baño caliente. Era temprano aún para salir a la calle, todavía no había amanecido. Decidí hacer un poco más de tiempo con el libro. Lo abrí donde lo había dejado y avancé varias páginas hacia adelante, como en todos estos novelones de amor, no esperaba sorpresas ni asombros hasta bien cerca del final.

‘…Cleptus estaba solo en aquel callejón. Su mano derecha temblaba dentro del bolsillo del gabán, aferrando la navaja. Se recostó contra un ángulo que hacía la pared del edificio, escondiéndose de la mirada de los transeúntes. Mientras, no dejaba de vigilar la ventana del segundo piso del edificio de enfrente, el departamento de Casiopea. La luz estaba encendida pero no se percibían movimientos en su interior. Un hombre pasó a su lado, con un carro repleto de cartones. «¿Tiene fuego?» le preguntó. Cleptus se sobresaltó por esa inesperada situación. Apretó más la navaja en su puño. «No» respondió secamente. El hombre del carro siguió su camino. Ese momento de distracción bastó para que, al volver a levantar la vista hacia el departamento de Casiopea, Cleptus encontrara las luces apagadas…’

Cerré el libro y me vestí. Ya era la hora de salir de mi pieza. Parecía frío afuera, la radio anunciaba una sensación térmica de -7 grados centígrados.
Apagué las luces y me puse el sobretodo. Aunque dudé por un instante, metí al libro en un bolsillo, pensaba que luego iba a tener tiempo para terminarlo de una vez. Salí a la calle. El aire fresco y húmedo de la ciudad me recibió sin clemencia. Caminé rápido hasta la parada del colectivo, tenía que llegar pronto al ala sur de la ciudad. Mientras viajaba sentado en la parte trasera del transporte, me dejé llevar por las imágenes que se sucedían sin descanso tras la ventanilla: innumerables personas dedicadas a llevar adelante una rutina interminable. Traté de reconocer en cada uno de esos rostros opacos al Cabo Sabino, a Álamo Jim o al Señor Spok, pero reaccioné enseguida, no debía permitir que esa obsesión me llevara al delirio. Volví a mirar, sin ver, al espejo grande del frente del colectivo.
El chofer manejaba girando el torso por completo en cada viraje. Aún faltaba un trecho para llegar al barrio sur. Saqué la novela del bolsillo y me enfrasqué en la lectura.

Continuará…

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