TEXTOS ESCOGIDOS

La guitarra – Parte 6

Página de cuento 494

Desafinado

Mi abuelo, en un antiguo ropero tenía colgada una guitarra.
Una vez, cuando tenía once años, con manos torpes me apresuré a tocarla con las manos torpes. Pero era otra cosa lo que quería la guitarra. Ella era más que una caja hecha con madera. Era, de algún modo, eterna.
La guitarra quería derramar música. Ella, en el antiguo ropero, entre ropa vieja, soñaba.

Nunca pude controlar esas seis voces mágicas tensadas entre el puente y las clavijas.
La guitarra me niega su amor, pero a veces me deja que le toque el pelo, o que le roce la espalda con mi boca.
Pero nada más que eso.
“Vos desafinás” me dijo tantas veces y yo, sentado en la cocina, pasaba las horas destruyendo canciones viejas.
Después, cuando todos se iban a dormir, yo soñaba que sabía tocar. Igual que ahora, que sueño que la guitarra me dice por fin que sí, que ahora sí.
Pero no, al otro día me levanto, toco unos acordes, pero antes de terminar me vuelve a decir: “Vos desafinás”.
Le pregunto: ¿porqué me tratás así, si hace 35 años que te amo?
Y la guitarra, en silencio, me mira con pena.
“No soy para cualquiera, pero podés seguir intentando, quién sabe, algún día, puedas tocar algo como la gente”.

Entonces me inclino sobre su caja, me acerco a su boca negra y vuelvo a besarla con los dedos. “Podés decir lo que quieras, igual te quiero”, le susurro.
“Entonces digo que vos desafinás”.
Eso ya lo sabía el maestro Jobim, cuando dijo:

“Si usted dice que desafino amor
Sabrá que esto en mi provoca un gran dolor
Sólo privilegiados tienen un oído como usted
Yo apenas poseo lo que Dios me dio
Si usted insiste en clasificar
Mi comportamiento de antimusical
Lo que usted no sabe ni menos presiente
Es que los desafinados también tienen corazón
Una vez se reveló su enorme ingratitud
Pero nunca podrá hablar así de mi amor
Porque es el mayor que usted puede encontrar
Usted con su música olvidó lo principal
Que en el pecho de un desafinado
En el fondo del pecho late callado
Que en el pecho de un desafinado
También late un corazón”

“No sabés otra, esa ya la cantaron mucho… pero me gustó, está buena”

Entonces agarro de nuevo a la guitarra, le aprieto las clavijas con la derecha, recorro el diapasón, buscando los mejores contrastes y abrazó tiernamente su cuerpo de mujer.

Sí, me sé otra de José Larralde:

«Guitarra que en el paisaje de la vida me acompaña
desatame las hurañas cadenas del comodísimo
y prestame el heroísmo de hacer flamear mis entrañas.
Guitarra que sos el cabo del facón de mi palabra
que sos la dulce muarra ensartadora de penas
dame la hermosa condena de ser tu esclavo… Guitarra.
Guitarra de aquella vez que conjugué el primer canto,
con inocencia y encanto que amalgamó soledades,
te llevo en inmensidades melancólicas de llanto.

Guitarra que asoma triste como lidio en la capilla
inmaculada mantilla sobre el altar de la gloria
pueblo que alza la victoria vertical de su semilla
Guitarra que sos el puño de un país vivo y latente
rebelde al indiferente, mercader de la pobreza
dignidad de la grandeza por la vida o por la muerte
Guitarra que en estridente silencio y meditación
clavadas en tu diapasón la sabia razón del canto
deja que sea mi llanto quien rompa tu corazón.»

“Bueno”, me dice la guitarra, “Ahora sí, me convenciste, seguime tocando”.

Continuará…

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com www.nacher.com.ar

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