COSAS QUE IMPORTAN

Si todos colaboramos un poquito…

Por: Dra.Patricia Chambón de Asencio
Email: patriciaasencio@gmail.com

“El camino hacia la inclusión social comienza por el autoconocimiento y la inclusión de todos mis aspectos no reconocidos.”
– Silvina Marotta –

Al menos 25 años de mi vida los compartí conviviendo con mi esposo y con los que en esta vida les tocó (y eligieron) ser mis hijos. Esos años de crianza y desarrollo fueron intensos. Las necesidades del grupo familiar iban acrecentándose en la medida que los integrantes, incluida yo misma, crecíamos. Más desarrollo implicaba necesariamente más horas de estudio, de reuniones para preparar trabajos, de actividades fuera de casa. Recuerdo que en esos días era todo un desafío, aún con ayuda doméstica, mantener el orden y armonía del hogar. Sin embargo todos deseábamos volver a casa. Porque cuando todos estábamos en plena actividad, había un lugar al que regresábamos al final del día, que nos albergaba, en el que podíamos comer cuando llegábamos cansados, darnos un baño, encontrar ropa limpia para cambiarnos y descansar para continuar la tarea renovados. Ese lugar era nuestro hogar, nuestra casa.

Mi esposo y mis hijos todavía recuerdan muy bien cuál era el lema familiar en ese momento “Si todos colaboramos un poquito… todo es mejor, se logra más fácil y más rápido.”

Para lograr esta mutua colaboración, es necesario salir de los roles fijos y de las posiciones egoístamente cómodas. Para lograr que todos colaboren es necesario que haya un objetivo común. Por ejemplo, si todos queremos cenar temprano, entonces todos ayudamos para que esto pueda suceder y lo ponemos como objetivo prioritario. Luego, después que hayamos cenado, cada uno se dedicará a su tarea particular. Por supuesto que además del objetivo inmediato como es “que la cena está lista ya!” hay un objetivo mayor y permanente que nos sostiene como familia y que es el que da el sentido de hogar, a esta casa que habitamos: es el respeto y cuidado mutuo, el amor y el sentimiento de inclusión. Cada uno de los integrantes es solidario con el otro, colabora para que el bienestar de todos se logre. No caben actitudes de indiferencia o de mal entendido individualismo.

“¡En mi cuarto hago lo que quiero!”. Lo escuché decir tantas veces a mis pacientes adolescentes! Y a sus padres confundidos, sostener esta medida creyendo que así respetaban su individualidad. De ninguna manera eso es respeto. Hay que comprender que hasta el cuarto privado de cada uno, con puerta cerrada, es parte de la casa en que vivimos y que lo que hagamos en él involucra a todos los integrantes de este lugar llamado hogar.
Como es en lo pequeño, es en lo más grande. Como es en cada hogar así es en nuestra sociedad, en el País, en el Mundo. Lo que día a día estamos viendo a nuestro alrededor nos alerta a que hagamos conciente este sentido de pertenencia y colaboración que une a una familia. Porque nuestro barrio, nuestra comuna, el País, el Planeta todo conforma la Gran Familia Humana que somos. Cuando se pertenece a un grupo, a una comunidad, se respetan los mismos límites acordados y esto genera habilidades sociales como la empatía y la solidaridad que dan sentido profundo y consistente al sentido de “ser incluido”.

Cuando se es indiferente con alguna parte integrante de nuestro sistema social, se genera malestar que si no es reconocido se transforma en frustración e impotencia, ambas excelentes emociones inflamables para encender la llama de la violencia. Violencia que puede expresarse en acciones o quedar relegada a la interioridad, desde donde hace el más terrible de los trabajos: hacernos sentir que no servimos, que no somos merecedores de mejor destino, que no podemos alcanzar nuestros sueños. La violencia, exteriorizada o no, siempre nos perjudica a todos.

Coincidentemente llegó a mí en estos días este extracto que escribió Joaquín Sorondo, fundador de INICIA, comunidad de emprendedores:
“Toda la ciudadanía sufre diariamente las consecuencias de un mal que nos carcome y nos avergüenza como Nación: la exclusión social. Porque un país con excluidos sociales no es un lugar digno para nadie (ni siquiera para los incluidos). Una sociedad indiferente es además una sociedad injusta y , también, suicida, porque el excluido al ser dejado de lado, al ser abandonado a su suerte, ya no comparte las reglas de juego de la sociedad; al quedar fuera de la educación y del trabajo, convierte su situación en amenaza violenta hacia ese mismo sistema que absurdamente lo impulsa a consumir. La violencia actual tiene varias causas y una de ellas, tal vez la más importante, es la de estos millones de compatriotas –sobre todos niños y jóvenes– para los que no hay esperanza. Solucionar esta problemática tan compleja requiere un trabajo coordinado y la aprobación de políticas de estado consensuadas entre los principales partidos políticos en áreas tan diversas como la educación, la economía, el trabajo, la asistencia social, la seguridad, etc.”. “La erradicación de la exclusión social podría ser la gran causa Nacional que nos una para volver a ser un País digno para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.”

Tal vez sea este un objetivo común que nos movilice solidariamente… por el propio bien y el de todos.

Es necesario a nivel general lineamientos que así lo propicien. Pero aún cuando a nivel Mundial, Nacional o Provincial estos lineamientos no fueran muy claros o coherentes, no nos olvidemos que todo empieza por casa… y que cada uno de nosotros es una célula de este Gran Cuerpo, cada uno de nosotros pertenece a un grupo, a una comunidad, y tiene el poder de iniciar un cambio ya. Solamente tenemos que ser conscientes de que no estamos separados, que formamos parte de una comunidad, que podemos ayudarnos unos a otros y superar las dificultades…”si todos colaboramos un poquito”.

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