PARA LO QUE GUSTE MANDAR

Sesenta y seis años para mantener la esperanza

Por Cándido Rivera
candidorivera@walla.com
www.rivera.bitacoras.com

¿Cómo me va decir que no le gusta el boxeo? Como se lo estoy diciendo, Cárdenas, así nomás, mientras me tomo mi cafecito. Pero es que yo pensé, que como le gustaba el tango, y las carreras… ¿Y qué tienen que ver los rulemanes con las tortas fritas, Pelado?, ¿qué cree, que soy un cliché con patas?; no, Cárdenas, usté se confunde conmigo, que me guste como cantaba el Polaco no significa que me guste como sopapeaba Ringo Bonavena. Sí, qué se yo, Cándido, pero como en casa…. En su casa será, porque en la mía el único espectáculo pugilístico fue la última vez que quise hacer matambrito a la pizza y la patrona me sacó carpiendo con el tema del colesterol. Basta de pavadas, Rivera, que me está haciendo enojar. Bueno, que había sido fácil hacerle levantar presión a usté, Pelado, lo que pasa es que es muy interesante que justo hoy me venga a hablar del deporte más violento que existe, y le reconozco que es un deporte sólo por su trayectoria milenaria y olímpica, que si no… ¿Y qué tiene de especial hoy, Cándido, además de que se levantó sumamente urticante? ¿Que qué tiene de especial? Hoy por mañana, mañana se cumplen sesenta y seis años del asesinato de uno de los más grandes líderes del mundo y de aquel que justamente apeló a la no violencia como la única herramienta de lucha válida, Mahatma Gandhi.
¿Qué pasa, Cárdenas? Se quedó callado. ¿Y qué quiere que le responda? Yo venía re embalado para hablar de boxeo y usted me sale con el aniversario de la muerte de Gandhi, no me deja espacio ni para flirtear un poco, fue un golpe bajo. Acábela con las metáforas de ringside, Pelado, y escuche un poco, que personas así no se recuerdan todos los días, porque como bien dijo otro grande, Albert Einstein, “Las generaciones del porvenir apenas creerán que un hombre como éste caminó la tierra en carne y hueso”, por eso hay que recordarlo siempre, porque si no se transforman en imágenes casi irreales, que sólo la fe puede mantenerlas en pie.
Su verdadero nombre fue Mohandas Karamchand Gandhi, aunque sus allegados rápidamente comenzaron a llamarlo “Mahatma”, que, en sánscrito, significa “Alma Grande”. ¿Usté sabe, Cárdenas que Gandhi se casó a los 13 años? No, ni idea, Rivera. Sí, en esa época en la India, a mediados del siglo 19, era muy común que los padres arreglaran los matrimonios de sus hijos desde casi mismo el nacimiento, y Gandhi, por más Mahatma que fuera de adulto, no escapó a esa tradición, uniéndose con Kasturba, una niña de su misma edad, juntos tuvieron cuatro hijos. La cosa es que, viniendo de una familia y una casta acorde, Gandhi pudo estudiar leyes en Londres y volvió a la India en 1891 para ejercer su profesión, pero a los dos años aceptó un contrato para trabajar como abogado en Sudáfrica. Por ese entonces, Sudáfrica estaba controlado por los británicos, pero que tenían un trato totalmente discriminatorio hacia los hindúes, teóricamente ciudadanos ingleses, y transformó el contrato de un año en casi veintiún años luchando por los derechos del pueblo hindú en Sudáfrica. Ahí fue que desarrolló su método de acción social directa basado en los principios del coraje, la no-violencia y la verdad, al cual llamó “Satyagraha”. Gandhi estaba completamente convencido que el modo en que la gente se comporta vale más que lo que consiguen, por eso el Satyagraha promovía la no-violencia y la desobediencia civil como los métodos más apropiados para alcanzar objetivos políticos y sociales.
Recién en 1915 volvió a la India y en 15 años se convirtió en el líder del movimiento nacionalista indio. Y fueron los mismos postulados de la Satyagraha los que aplicó para dirigir la campaña por la independencia india de Gran Bretaña. Independencia que finalmente alcanzaron en 1947, separándose en dos países, India y Pakistán, tras lo cual, obviamente, comenzaron los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes. Gandhi, que había abogado por una India unida, el 13 de Enero de 1948, a la edad de 78 años, comenzó un último ayuno con el propósito de detener el derramamiento de sangre. Después de cinco días, los líderes de ambas facciones se comprometieron a detener la lucha y Gandhi abandonó el ayuno, pero doce días más tarde fue asesinado por un fanático hindú que se oponía a su programa de tolerancia hacia todos los credos y religiones. O sea, eso de que el fuego no se apaga con fuego a veces se transforma en cruel realidad.
Pero la lucha de Gandhi nunca termina ni se va a acabar, Cárdenas, afortunadamente por cada atolondrado hay un Gandhi para nivelar. ¿Usted cree, Cándido? Es lo que me gusta pensar, Pelado, sino se me haría muy difícil despertarme cada día.

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