CUANDO LA VIDA SE TRANSFORMA EN UNA PESADILLA, LLEGÓ LA HORA DE DESPERTARSE

Magia – Parte 1

Página de cuento 486
Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com www.nacher.com.ar
Una tarde de un viernes caluroso, terroso, vi que en una explanada, cerca de la costa, estaban montando un circo. Era uno de esos circos viajeros que permanecen una semana en la ciudad y luego, agotados los recursos de atracción del público, desarman todo y emprenden otro viaje a otra ciudad, tan terrosa quizá como este jueves.
Un grupo grande de camiones y casas rodantes rodeaban el terreno pedroso. Eran grandes bloques de chapa pintadas de colores vivos. Hacia el centro, poco a poco se iba armando una carpa imponente.
En uno de los trailers, pintado de dorado y negro, se veía una inscripción:
Berloz, ilusionista.
De la puerta salió un hombre, flaco, con una camiseta blanca y el rostro cubierto de crema de afeitar. Dijo unas palabras en voz alta, hablaba un castellano enrevesado, mezclado con otras palabras en un idioma poco usual por estos lugares.
Alrededor pasaban hombres atléticos transportando palos, cuerdas y largos cilindros de metal.
Una mujer alta, de cabellera oscura, esbelta y elástica, bajaba de otro trailer con una valija.
De lejos yo veía este cuadro, que era como un cuadro de la época rosa de Picasso, pero con camiones. Del otro lado, inmune a todo, el mar.

Ese día no era un buen día para mí, me había pasado toda la mañana buscando a Gertrudis, la ponedora que tengo en el gallinero desde hace años, pero no podía encontrarla por ninguna parte. Ciertamente, no era la primera vez que ocurría, Gertrudis tiene la costumbre de salir de vez en cuando, a cambiar un poco el aire, pero luego vuelve. Asimismo, no dejaba de preocuparme su ausencia.

La presencia del circo me sacó un poco de esos pensamientos.
Volví nuevamente la vista hacia el trailer de Berloz, el ilusionista. Decidí que, si no llovía, iba a ir a presenciar la primer función.
Me preguntaba qué clase de ilusiones me podría ofrecer este mago, no quería hacerme muchas ilusiones respecto de sus habilidades de ilusionista para engañar ilusos, ni tampoco quería ilusionarme con una magia nunca vista, ni tampoco quería ilusionar al mago haciéndole creer que yo me iba a creer que lo de él no era ilusionismo, sino que se trataban de unos pequeños trucos simplones, ilusorios trucos para hacerme sentir a mi la ilusión de que es magia; pero en el fondo lo que quería era ir y aplaudirlo a rabiar para transformar al engañador en engañado, para hacerle creer que yo le creo.
Así, el va a creer que soy un estúpido, pero en realidad es lo que le voy a hacer creer, ya que no me conoce y no posee los datos necesarios para afirmar que soy un tonto, como por ahí sí pueden afirmar otros que me conocen más profundamente, pero a diferencia del mago, éstos terceros creen que soy un tarado basándose en, para ellos, aparentes realidades; en cambio, el mago creerá que soy un estúpido pero a través de una interpretación errónea (la que yo le voy a inducir); por lo que, mientras los terceros dicen que soy un tonto justificadamente, el mago pensará que soy un tonto por un error en sus conceptos. Allí radica la gran diferencia: uno no puede darse el lujo de ser un estúpido de manera injustificada.
Pero siempre tuve la sospecha que estos magos de circos pobres y ambulantes, en realidad ocultan algo. Siempre creí que estos hombres tienen algo de esotérico, algo de magia verdadera que tratan de ocultar detrás de repetidos trucos de desapariciones de objetos y personas, o desmembramiento a serrucho de partenaires que luego aparecen enteras ante nuestros propios ojos.

Continuará…

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