PARA LO QUE GUSTE MANDAR

Marcelo hay uno solo

Por Cándido Rivera
candidorivera@walla.com
www.rivera.bitacoras.com

¡Qué lo tiró, Rivera, el verano se hizo desear pero se nos vino con todo! Medio como que me agarró de sorpresa, Cándido. Uno estaba de pulovercito tomando mate en la rambla y de repente aparecieron los cruceros, el calor, los turistas, las bikinis… Lo que pasa, Cárdenas, es que usted vive en un cubito de caldo sin sal. Yo ya estoy esperando a toda la parentela que se viene para las fiestas. Además este año quise recibirlos con bombos y platillos y me puse a arreglar el jardín, limpiar la pileta… ¿Limpiar la pileta? ¿En serio? ¿Y qué va a hacer con todo ese ecosistema que logró en estos dieciséis años que hace que no le pasa ni un trapo? ¿Me está tratando de roñoso, Pelado, acaso? Nunca, nada más alejado de mi intención, Cándido, lo suyo yo lo tomo más por el lado de la investigación biológica, más cercano al Cenpat que al jabón y al cepillo. Mire, Cárdenas, que me parece que me sigue bastardeando… No, no, Rivera, no se equivoque, que lo suyo con esa pileta es digno de asombro y admiración, jamás vi tantos especímenes de moscas, mosquitos, sapos, ranas y hasta creo haber visto un pequeño lagarto, pero no estoy muy seguro… ¡Cárdenas, que me está tomando para el lado del churrete usté! No se paranoiqueé, Rivera, qué sensible que se me levantó hoy. Es que no estoy del todo bien, Cárdenas, que le estaba contando que para recibir a la nietita me puse a limpiar la pileta, y déjese de jarana, pero no se me ocurrió mejor cosa que hacerlo a pleno sol del mediodía. Estuve ahí regando como cuatro horas bajo el febo impiadoso… ¿El qué, Cándido? Bajo el maldito sol del mediodía, Cárdenas. ¡Ah! Bueno, que la espalda me quedó onda arbolito de Navidad. ¿Arbolito de Navidad? Sí, de noche se apaga y se prende como un arbolito de Navidad, estoy como incandescente, Pelado, no me animo a visitar a un dermatólogo porque tengo miedo de que me interne para presentarme en algún congreso. Lo mío ya no es una quemazón, lo mío es caso de estudio. El tema es que me quedé guardado un buen rato estos días y me enteré que mañana se cumplen diecisiete años de la muerte del gran Marcelo. ¿Se murió Tinelli? No sea bestia, ¿quiere? Le hablo de Marcelo Mastroianni.
Marcelo Mastroianni, Pelado, fue el mayor actor italiano, un verdadero hijo de la actuación, verlo trabajar es ver la pasión misma del arte, por algo dijo «para mí actuar es como hacer el amor, mientras lo hago disfruto y cuando se acaba espero poder repetir». Y es así nomás, Cárdenas, verlo es ver el espíritu de las musas.
Aunque no empezó siendo famoso. Y no, Rivera, a menos que uno tenga de papá a Maradona… Lo que quiero decirle, Pelado, es que su carrera fue una ascensión lenta, casi sigilosa. Entre 1938 y 1943 trabajó como figurante cinematográfico, que es el que entra en escena y dice “la mesa está servida”. Al terminar la Segunda Guerra Mundial entró en el Centro Universitario Teatral y recién en 1948 obtuvo su primer éxito como protagonista, en la obra teatral «Un tram chiamato desiderio», o sea, “Un tranvía llamado deseo”, dirigida por el gran Luchino Visconti.
En el cine, comenzó en 1951 con el papel de un muchacho simpático y extrovertido en «Tres enamoradas” . Luego, al lado de Sophia Loren, vuelve a regalarnos una interpretación inolvidable en «La ladrona, su padre y el taxista». Pero su carrera despega de la mano de Federico Fellini, con «La dolce vita», esa extraordinaria película costumbrista, la cual, Cárdenas, también marcó el inicio de un larga y afortunada colaboración artística con el genial director italiano, logrando juntos tal vez el ejemplo definitivo, por lo menos para mí, de lo que es hacer cine cuando crearon ese placer en forma de celuloide que es “Ocho y medio”.
También Mastroianni recorrió, polifacético como pocos, el camino del grotesco, como en su película “Divorcio a la italiana”, en la cual inventa los rasgos de ese barón Cefalú, que lo acompañará por años. Y ya nadie quiso perderse tenerlo entre sus producciones, así fue que filmó con los más importantes directores italianos, como Marco Ferreri, Ettore Scola, los hermanos Taviani, Marco Bellocchio y Monicelli. Pero sus magníficas dotes lo hicieron trasponer los océanos y colaboró con grandes directores extranjeros, con quienes Mastroianni, siempre genial y melancólico, jovial y a la vez sencillo, filmó magníficas películas como «Il volo» de Thodoros Anghelopoulos, el estupendo «Oci ciornie «de Nikita Michalkov o «Pret-à-porter» de Robert Altman.
Su última participación para la historia mundial del cine la hizo de la mano de su compañera en los días finales, Anna Maria Tatò, «Mi ricordo,sì io mi ricordo» de 1997, es una larga confesión, que, a modo de despedida, el gran Marcelo nos legó para su recuerdo.
Y ya me voy, Cárdenas, que si sigo sentado acá se me va a despegar definitivamente el poco resto de espalda que me queda. Nos vemos un día de estos.
¿Qué, no piensa invitarme a su pileta? El año que viene, quizá, Cárdenas, el año que viene.

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