TEXTOS ESCOGIDOS

La espera – Parte 2

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com www.nacher.com.ar
Página de cuento 482

«María, no creas que esta espera fue algo doloroso. No deberás loarme por ello. Al contrario, esperar a alguien en una esquina a pesar del frío y el viento habla mejor del esperador que del esperando. Podría argumentarse que la persona que espera es fiel a sus compromisos, es responsable y no le importa perder parte de su tiempo en una actividad en apariencia tediosa, a fin de lograr su objetivo que no es más que seguir esperando hasta que el otro llegue (siendo el otro, bien una persona, bien un evento, lo que sea: todo es esperable). En definitiva, el que espera es una persona en la que se puede confiar. Quizá, en la intimidad de sus pensamientos, el que espera desea solapadamente que el otro nunca llegue, para que su espera sea algo más que una demostración de hombría de bien, algo más que una simple buena acción: que sea la obra cumbre de su honestidad. Que esa espera merezca mucho más que loas, mucho más; que sea un ejemplo. Es probable que el que espera, bajo una incipiente noche de frío polar y viento, desee algo más: por ejemplo, que llueva o nieve, que el clima se haga insoportable a la intemperie. Pero no nos confundamos: nunca nadie da algo por nada, ni nada por nada. El esperador no es una excepción. Aunque el otro nunca llegue y la espera llegue a su fin sin resultados positivos, ya sea por vencerse el plazo de gracia establecido por el esperador, o bien por desmayo o muerte del mismo, la espera nunca está de más, nunca se podría decir que la espera no sirvió para nada. Al contrario, el fracaso de la espera no es tal en estos casos; es justamente en ellos en los que la espera podría considerarse un éxito rotundo. Un observador, un tercero que estuviera mirando al esperador esperar, equivocadamente le tendría lástima o compasión, pensaría ‘pobre, lo dejaron plantado’. Nada más alejado de la realidad: el esperador ya ganó, si de competir se trata, y cuanto más pasa el tiempo en estado latente, apoyado contra una pared vacía de gestos y frente a una calle gris, más se incrementa el resultado a su favor. Pero no conforme con eso, el esperador espera que cuando el era esperado llegue, se disculpe por la tardanza, elogie el comportamiento del primero por haberse quedado ‘tanto tiempo esperando por ella’. El esperador espera esto como un premio adicional del que ya tuvo, del importante, que había sido la satisfacción personal de llevar a la espera hasta las últimas consecuencias, llevarla hasta el fin y lograr el objetivo con éxito. Como bien sabe el esperador, esto no ocurre muchas veces en la vida. Por eso, María, creo ser merecedor de tus loas, y me siento una buena persona. Pero tú, en tu condición de alguien que se retrasó unos instantes, no te sientas mal, seguramente habrás tenido tus razones, que por supuesto no voy a solicitarte».
Pasaron nuevamente por el lugar donde hacía un rato estaban los dos hombres conversando. Ya no estaban allí, ahora se habían metido en la confitería de la esquina. Uno de ellos, envuelto en una bufanda marrón, seguía hablando y gesticulando. Ya no podía hacer el gesto de «entre comillas», no tenía espacio para levantar los brazos, tan pequeño era el espacio que los separaba de las otras personas sentadas en mesas adyacentes. El de la bufanda hasta parecía vociferar, aunque Farfisa no percibía las palabras desde afuera del local. El vidrio se empañaba, formando un círculo brumoso alrededor del rostro del parroquiano parlante, a cada aparente grito del mismo. La bufanda flameaba bajo los movimientos de cuello que acompañaban, para enfatizarlos, a los gritos del hombre. Al mismo tiempo, dos tazas de café humeaban sobre la mesa.
«¿Los conocés a esos dos, María?»
«No, aunque creo que el de la bufanda tiene un hotel a unas cuadras de aquí. El otro creo que es el hijo o algún pariente cercano, aunque, a decir verdad, no lo reconozco bien. Digo solamente ‘creo’ que es un pariente cercano del hotelero, pero puede que no lo sea en absoluto, que nada más sea alguien con quien el hotelero disfruta gritándole o reprochándole algo, sin que nada lo justifique, porque bien podría no tratarse de su hijo o algún pariente cercano, en tal caso es obvio que un razonamiento simple no justifica el reproche. En definitiva, Farfisa, no conozco al otro, solamente puedo inferir que se trata de algún ser querido, por la forma en que lo trata. Al fin de cuentas, ahora dudo de que el de la bufanda sea el hotelero, más bien se me ocurre que no lo es. Lo siento, no puedo responder a tu pregunta, el vidrio está muy empañado y no se puede ver nada en el interior del local, salvo un farol amarillento que ilumina de soslayo a una máquina de café express.»
«A mi me parece que puede tratarse del hotelero, sin embargo, dejará de interesarme el tema en cuanto crucemos la calle y perdamos de vista a la cafetería. Me hubiera gustado invitarte a entrar, beber un café irlandés y de paso evitar el frío, pero ya ves, no puedo detenerme en una situación así. Prefiero que vayamos a otro lado, si así te parece también a ti. Hay un buen lugar doblando la esquina, donde sirven unas deliciosas tortas galesas. Podríamos pasar a tomar un café con leche o una leche chocolatada.”
«De acuerdo, Far. Creo que será una buena oportunidad para que hablemos tranquilos, aquí afuera no se puede.»
“No. Mejor entremos sin hablar”.

FIN

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