COSAS QUE IMPORTAN

Derecho al grano

Por: Dra.Patricia Chambón de Asencio
Email: patriciaasencio@gmail.com

Que la violencia se expresa cada vez con mayor facilidad no es ninguna novedad. Cada vez con menos maquillaje, aparece en las calles, en la forma de conducir, en las aulas, en el trato diario entre vecinos, en los robos, en el trabajo y en las relaciones interpersonales. Aunque también sigue existiendo la otra, la violencia solapada, encubierta, abusiva, silenciosa. La que callamos por miedo o escondemos por vergüenza. Porque todos, alguna vez, hemos sentido la violencia.
¿Qué es la violencia? El diccionario dice que es una forma de interacción humana que se manifiesta en conductas aprendidas o imitadas, que provocan daño o sometimiento físico, psicológico o sexual, pudiendo afectar al que la padece de tal manera limitando sus potencialidades presentes y futuras. La etimología de la palabra habla de una raíz latina “vis” que significa “fuerza” y “lentus” que connota “continuidad”, es decir, violento es aquel que utiliza la fuerza en forma continua para lograr su cometido.
Así, la violencia nos sorprende un día saliendo de su escondite silencioso, irrumpiendo en nuestra vida inesperadamente en una escena que nos toca presenciar o en una acción impensada, en un grito o en un exabrupto que nos hace actuar violentamente.
¿Cuándo nos violentamos? Cuando nos sentimos atacados. Cuando sentimos que está en juego nuestra seguridad, nuestros ideales, nuestra subsistencia, nuestros principios, nuestra vida. Cuando creemos que por la fuerza es la única manera de conseguir lo que queremos. Cuando no albergamos otra opción.
La violencia existe en cada uno de nosotros. Sólo que hemos aprendido a regularla, a disfrazarla y en el mejor de los casos, a derivarla. Muchas veces no la exteriorizamos pero la ejercemos sobre nuestras arterias o nuestro sistema nervioso y aparece entonces en forma de enfermedad.
¿Cómo hacer entonces para que la violencia no nos estalle sorpresivamente en nuestras manos y no seamos víctimas de ella? La forma más saludable para nosotros y para nuestro entorno es reconocer nuestra propia violencia para poder hacernos cargo y transformarla.
Rollo May, destacado Psicólogo, Profesor y Autor de varios libros en el capítulo “Los peligros de la Inocencia” del reconocido libro “Encuentro con la Sombra” escribe: “ Nuestra capacidad para el mal depende de la disposición a dejar nuestra pseudoinocencia. En la medida que sigamos pensando unidireccionalmente seguiremos encubriendo nuestras acciones tras la cortina de humo de hipócritas súplicas de inocencia. Pero esta fuga antediluviana de la conciencia ya no es posible, porque somos los únicos responsables de nuestras acciones, y por tanto, también somos los únicos responsables de tomar conciencia de sus consecuencias.”
Cuando un adolescente se suicida, cuando saquean el negocio de un vecino, cuando asaltan y matan a mansalva nos preguntamos: ¿qué nos está pasando? ¿Cuál es la solución, el remedio a tanta violencia?
Poner un policía en cada casa, en cada escuela o en cada esquina, no parece ser la solución. Ni hacer más cárceles o más reformatorios. Ni tampoco atrincherarnos detrás de cercos, fosos, cámaras y personal de vigilancia para vivir “seguros y tranquilos”.
¿Dónde encontramos la seguridad?
La seguridad la encontraremos haciéndonos cargo de nuestra propia violencia. Siendo concientes de la violencia que ejercemos sobre nosotros mismos y sobre otros con nuestras actitudes displicentes, egoístas y poco compasivas. La tranquilidad vendrá a nosotros sin necesidad de tomar ninguna píldora cuando seamos concientes de nuestra “sombra”. Esa parte nuestra que no vemos, que ocultamos, esa parte que proyectamos todo el tiempo afuera, en el otro, en el enemigo. Esa parte que quizá desea expresarse creativamente de otra manera y la sometemos a los mandatos aprendidos y al “deber ser”. Cada vez que hacemos esto creamos más violencia en nosotros mismos y en nuestro entorno. Cada vez que negamos nuestra propia cuota de violencia hacemos un aporte más al depósito de la “violencia sin nombre”. Esa violencia “que no es de nadie” y que el día menos esperado, buscando una víctima, un culpable, nos avasalla.
La violencia está esperando ser reconocida. Está esperando que dejemos de ignorarla. La violencia comienza ahí mismo: en el funcionario que no cumple con su deber, en el comerciante que engaña al vender su producto, en los medios de comunicación que tergiversan la información con fines especulativos, en la perversión de los sistemas de salud, en los educadores que no creen en lo que enseñan, en la desfachatez de quienes violentan los principios humanos más elementales sabiéndose impunes…en todos y en cada uno de nosotros.
Cada uno de nosotros, desde el lugar que nos toca en esta comunidad, tenemos la posibilidad de terminar con el aporte de violencia al Gran Depósito Común de la “violencia sin conciencia”. Todos, desde el Presidente de un país hasta el más humilde de sus trabajadores, tenemos la responsabilidad de transformar la violencia. Basta de hacernos los distraídos. Basta de jugar a las escondidas!
La sociedad que tenemos es la consecuencia de lo que cada uno de nosotros somos.
Es el resultado de lo que mostramos día a día con nuestras acciones, con nuestras actitudes, con nuestro ejemplo hecho vida.
Viviremos más seguros y tranquilos si empezamos siendo sinceros con nosotros mismos. Conociéndonos profundamente. Siendo auténticos. Aceptándonos como somos. Siendo coherentes. Aprendiendo a transitar responsablemente y con dignidad la tarea que a cada uno le toca, sacando el mejor provecho de ello, en función del bien común.
Viviremos más seguros y tranquilos siendo solidarios, conociendo a quienes nos rodean, haciéndonos verdaderos amigos de nuestros vecinos. Siendo compasivos, tomándonos el tiempo para conocer a quienes comparten con nosotros el día a día, en nuestro trabajo, en nuestro barrio, en nuestra escuela.
La violencia está pidiendo a gritos que miremos en lo profundo de nosotros mismos, que tomemos conciencia y nos hagamos cargo de la parte que nos toca. Reprimirla nunca fue la solución. Disfrazarla tampoco. La violencia está esperando ser transformada.
No tenemos otra alternativa.
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