PARA LO QUE GUSTE MANDAR

La música de la calle

Por Cándido Rivera
candidorivera@walla.com
www.rivera.bitacoras.com

Escuche, Cárdenas, escuche… ¿Qué quiere que escuche, Cándido? ¡Shhh… shhh…! No me shushee, Rivera, no me gusta que me shusheen. ¡Pero me cache en dié, Pelado, deje de refunfuñar y pare la oreja! Párese un poco y escuche. Con este frío y usted se quiere parar en medio de la calle, largue el histeriqueo, Cándido, que el café espera. Pero, no sea olfa, Pelado, hacía un montón de tiempo que no lo escuchaba, y fíjese, si presta atención, creo que es de esa ventana de cortinitas con flores rosas y moradas de donde sale la canción. A ver, Rivera, que ya me la veo venir, que si no le doy bolilla me va a tener en esta esquina hasta Nochebuena, ¿qué canción me dice? Escuche y se va a dar cuenta.

¿Y? ¿Y qué, Rivera? ¿Ya se dio cuenta quién canta? Miré, Cándido, si es una joda no me divierte ni un poquito. ¿Está haciendo toda esta payasada para hacerme creer que me volví sordo? Pelado, yo no tengo que andar ensayando ninguna pantomima para decirle que está más sordo que una tapia sorda, si existiera tal cosa. Pero si usté no lo escucha, por lo menos déjeme disfrutar a mí un ratito al gran cantor de los cien barrios porteños. ¿Usted está hablando de Alberto Castillo? ¿Quién si más, Cárdenas?
Ese estilo tan propio que lo hizo único, Pelado, no se va a volver a repetir, ese fraseo medio cachador que tenía, ese tono entre arrabalero y jodón es irrepetible. Aunque, si usté lo escucha en esos tangos profundos, casi íntimos, es impresionante la emoción que le imprimía a cada estrofa. No sé si se acuerda de Julián Centeya, el poeta porteño, el hombre gris lo describió alguna vez como esa «voz que no se parece a ninguna otra voz» y, como la mayoría de sus palabras, no le pifió ni un poquito. ¿Se acuerda, Pelado, cómo cantaba? Ese fraseo, casi como entrecortado y cachafaz, me acuerdo que aseguraba que esa era la mejor forma de cantar el tango para los bailarines, porque según él, la gente se movía de acuerdo a cada una de sus inflexiones. Y le digo que no es nada fácil cantar así, porque hace falta tener una afinación perfecta, pero Alberto, sin lugar a dudas la tenía.
Todo bien, Cándido, ¿pero es necesario que nos sigamos recantando de frío en la vereda? Sabe, Cárdenas, que justamente fue en una vereda, pero de Buenos Aires, donde lo descubrieron… Tenía apenas unos quince años, cuando pasó por su parada el guitarrista Armando Neira y lo escuchó cantar junto a la barra. Casi de prepo se lo llevó a su conjunto. Y así debutó con el seudónimo de Alberto Duval, que después lo fue cambiando por Carlos Duval, todo para esquivar la férrea disciplina de don Salvador, aunque cuentan las malas lenguas que alguna vez su padre, escuchando la radio dijo, “canta muy bien; tiene una voz parecida a la de Albertito”.
Pasó por la facultad de medicina, pero un año antes de terminar ya estaba cantando en la orquesta “Los Indios” y en 1941 aparece su voz en el primer disco de Tanturi, ya con su seudónimo definitivo, Alberto Castillo.
Pero, aunque usté no lo crea, y parezca raro en estos tiempos, igual terminó recibiéndose de ginecólogo y hasta puso su consultorio en la casa paterna. Y así, por la mañana atendía en el “consultorio de señoras” y a la tarde piraba para la radio para convertirse en el cantor Alberto Castillo. Eso le debe haber dado más de un dolor de cabeza, Cándido. ¡Por supus! Llegó un momento que el consultorio no daba abasto, se le llenaba de señoritas de todo calibre, que prendadas de la voz del cantante pedían turno en lo del ginecólogo hasta por un dolor de muelas. Así que tuvo que elegir, y el tango, Cárdenas, es el tango.
Todavía puedo verlo, Pelado, esa forma inconfundible que tenía para mover el micrófono de izquierda a derecha, sosteniendo su mano junto a la boca, como si fuera un canillita más, la corbata floja, el cuello desabrochado, todo un ganador. Si hasta la policía tuvo que cortar el tráfico de la avenida Corrientes cuando se presentó en el teatro Alvear, allá por el 44. ¿El 44, no me va a decir que usted lo vio, Rivera? No, pero me contaron, Cárdenas, no diga pavadas, ¿quiere?
Después incorporó el candombe a su repertorio, y así fue como se hicieron eternos temas como “Siga el baile”, “Baile de los morenos” o “El cachivachero”. También hizo varias películas, Cándido. Es verdad, no me acuerdo los nombres… Creo que la primera fue “Adiós pampa mía”, Rivera, pero filmó varias, como “La barra de la esquina” o “Por cuatro días locos”.
Es verdad, es verdad, y para cerrar su carrera a fines de siglo volvió a ganarse a toda la juventud haciendo una nueva versión de “Siga el baile” con los Auténticos Decadentes.
Todo muy lindo, Rivera, si hasta me dan ganas de ir a un otorrinolaringólogo para poder escuchar esa cancioncita que sale de esa ventana. No, Pelado, no se gaste, ya se terminó, ahora creo que están pasando una de Luís Miguel. No, entonces paso del turno con el galeno. ¿Tomamos el café al final? Tomemos nomás, Pelado.

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