ANTE LA MUERTE DEL EDITOR MARCELO BRAVO

El adiós a un hombre sin sombra

romanaDecía Rosa Degás “Cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad”.
Murió este sábado otra de las últimas plumas dilectas y personalísimas que redibujó la política chubutense durante treinta años.
Marcelo Bravo fue un auscultador de coyunturas, pero sobre todo un repentizador sintéticamente ácido de las contradicciones que contiene cada hecho.

Decidido y pragmático como siempre, hace pocos días, cuando los amaneceres ya no eran tan definitivos, dicen que le pidió a un conocido a quien valoró lo suficiente, que dispusiera su sepelio en Madryn, lugar de bien y belleza, llegado el momento del tránsito. Gesto de absoluta entereza: encargarse de su propia muerte.

Por Marisa Rauta

De tanto que cultivó la información, el editor de Rawsonline se cuidó contrariamente de no dejar vestigios tras de sí. No dejó en todo este tiempo entrever nada de su padecimiento que lo transportaba al fin como un barco sin timón.
Tampoco dejó listado de encargos, ni hoja de ruta… Sólo amores sueltos, lectores atentos, pájaros de tinta que volaron sobre papeles también efímeros, escritos, ideas apenas.

El larguirucho de tez mate y voz impostada de fumador empedernido…el hombre sin sombra..el “Negro” Bravo, desapareció del paisaje chubutense tan misteriosamente como llegó.
Si cursó carrera nunca lo confirmó o desestimó públicamente. Cuánto de lo que citaba había leído o intuido por sí mismo en verdad tampoco se supo… es que las huellas de un periodista empiezan en las ideas donde se abreva. Y él prefería los pasos alivianados por la creación, y los rastros desdibujados por la experiencia.
Lo que si queda claro fue su capacidad para decir y sobre todo interpretar certeramente. Voz de tantos en la propia.

Qué cosa le produjo ese fanatismo por el “delete” tras de sí, no se sabe con certeza. Hay quienes creen que fue una manera de desapego a los dolores que acarrea la vida, esos que tiene que ver con uno, pero sobre todo con los otros. Invisibilizarse para la masa fue tal vez acostumbrarse a partir, a no estar tanto.

“El hombre muere tantas veces como pierde a cada uno de los suyos”, decía Publio Siro, y el “Negro”, quizá, hacía rato se había cansado de morir. Cuantos “suyos” contó en sus últimos treinta años, no queda muy claro, dicen que los menos, como para no seguir pereciendo en las multitudes solitarias. Un verdadero ´lobo estepario´…

El destino quiso que mi carrera comenzara hace veintitrés años en Madryn a su lado, desterrada del Valle por romper cánones, fui asignada como cronista bajo su dirección en la agencia local de lo que fue el diario Jornada, aquel que mantenía la orgullosa impronta de don Feldman Josin y que tenía que ver con el periodismo participativo y de pertenencia que hoy tanto escasea.

Allí, Marcelo no era un jefe, era un ´ausente con aviso´, un asesor político, una makila necesaria pero escurridiza para cualquier aprendiz. Solo observable y presagiable. Sin horario, ni archivo, ni fuentes compartidas.. Como todos los de la vieja escuela, un frecuentador de charlas de café, de mentideros y asesor también.
Pese a que escribía con una facilidad pasmosa, los duendes de la inspiración lo solían demorar con humoradas y ocurrencias sustanciosas, tantas que se podían hacer varias notas sobre las notas que luego saldrían publicadas. De allí supe que cultivar el desparpajo ayuda a la verdad.

También supe, años después, cuando saltaron mis propios duendes a reír en mi teclado, que me había enseñado sin querer la técnica magnífica de descontracturar la historia y embromar con el relato, en busca del pensamiento no tan lógico pero si propio, un sello del periodismo pasado.

“Mala cosa la primera persona para el relato”, decía el hombre que fulminó mis días de crónicas incendiadas durante la peor catástrofe de Madryn, apenas con tres líneas magistrales que hablaban sobre la locura de todas las locuras, la muerte de la mariposa arrojándose a las llamas. Y aprendí que era osado ante la muerte, breve ante al dolor, proverbial ante la duda, transitorio ante el poder, todo un relato alado el que prefería Bravo.

No le gustaban las citas de otros, pero yo siempre fui una alumna desobediente, eso lo aprendí de mi último maestro, tanto como cultivar con fanatismo el magnífico poder de la duda, por eso recupero lo que publicó hace exactamente 147 días cuando escribía “Cerrado por duelo” y despedía a nuestro editor político Pablo Dratman:
“Es una generación con más dudas que certezas, con más incertidumbres que felicidades, pero fiel a una manera de entender que si la vida es breve, mejor tutearla que mirarla desde afuera, invisiblemente convencidos de que fue por algo lo que se hizo, lo que se perdió y lo que sobrevive”.

Señaló en ese momento que “La muerte de los cronistas notorios de su época es muy mal asunto. Trae y deja soledades, aviva recuerdos y –lo más peor de todo- en los días siguientes proliferan los oportunistas, de esos vestidos con dolor prestado, inquilinos dudosos de cercanías que jamás tuvieron.
Por otro lado y quizás para consuelo, acercan balances, permiten ver que el autor no era sólo su obra, sino que también era hueso y corazón. Un hombre, al fin y al cabo.
He ido despidiendo a casi todos. A Carlos Giuliano, áspero pero brillante polemista director de la Agencia del diario Crónica en Trelew; a Angelito Danil, el ángel gris del diario Jornada; a Hugo Hernando, su jefe y el mío allí también; a Cachín Romero, de quien se ha dicho casi todo a estas alturas pero siempre será poco y ahora a Pablo Dratman”.
Hoy te sumas Marce a la lista de estos silencios profundos que supiste reconocer con tus palabras buenas. Por eso recojo esa flor de lirio y tomo circunstancialmente la posta de despedidas…Adiós amigo!

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