HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Are you talking to me?

you-talkin-to-mePor Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Vaya uno a saber porque extraño motivo, cuando nos relacionamos con alguien que habla otro idioma, antes de preguntarle como se dice “te quiero” o “cuántas almejas se necesitan para satisfacer el apetito de una gaviota” lo primero que le preguntamos son los insultos más comunes. Nada de formas educadas de solicitar préstamos bursátiles o gestionar becas universitarias, no, nuestro impulso inicial es saber cómo se dice idiota en senegalés.
Debe ser algo que llevamos en los genes. Tengo un amigo, por ejemplo, que se destaca en varias cosas, por ejemplo hace unos asados pantagruélicos para treinta personas y todo le sale a punto, es un tipo más leal que el bronce, canta muy bien, pero lo que realmente lo hace destacar en el grupo son sus antológicas puteadas, nadie como él a la hora de rajar un padrenuestro que haría sepultar de la vergüenza a más de un marinero bengalí. Y si alguien lo menta, obviamente lo primero que se recuerda es esta capacidad incomparable de enhebrar insultos.
Aunque, personalmente, lo que valoro a la hora de un buen insulto es lograrlo con altura, alcanzar ese punto de no retorno con palabras políticamente correctas, sin escaparle a la etiqueta. Nada mejor para un insulto incontestable que estar articulado con las mismas palabras que se acaban de escuchar en la misa de gallo.
Y la historia tiene personajes de lo más idóneos a la hora de defenestrar a sus semejantes con la mejor de las sonrisas. Sin lugar a dudas, el mayor exponente en esta difícil disciplina es el gran Groucho Marx, nadie como él para el ataque verbal despiadado y a la vez diplomático. Una de sus frases más recordadas así lo demuestran, al despedirse: “He tenido una maravillosa y perfecta velada, pero no ha sido esta”
Mae West, el primer símbolo sexual y mujer fatal de la historia del cine, no se andaba con chiquitas cuando se cabreaba: “Su madre debería haberlo tirado por ahí y haberse quedado con la cigüeña”. Poco habría para responderle más allá de una denuncia por calumnias e injurias.
O la lengua afilada de Dorothy Parker, humorista y poeta estadounidense, que tenía un ingenio cáustico: “Esa mujer sabe hablar ocho idiomas y no es capaz de decir ‘no’ en ninguno de ellos”.
Y si hablamos de sarcasmo, atento y fiel lector, no podemos dejar de mencionar a otro gran creador de frases célebres como fue el primer ministro de Gran Bretaña durante la segunda Guerra Mundial, Winston Churchil, quien aseguró de un par británico “tiene todas las virtudes que no me gustan y ninguno de los vicios que admiro”. Dígame si no es una manera maravillosa de vituperar a un semejante. Y una más del estadista, que de repente cobra una dimensión impensada en muchos de los debates que hoy pueblan tanto nuestra televisión como las redes sociales:»Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.»
Claro, por supuesto que a la hora de mencionar a grandes puteadores no podemos olvidar a otro incomensurable escritor como fue Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, quien ante la invitación a ir a un sepelio respondió: “No acudí al funeral, pero envié una bonita carta diciendo que me parecía bien”.
¿Y Billy Wilder? Su frase “Tiene el oído de Van Gogh para la música” tiene amplísimas aplicaciones. No sólo en la música, ya que siendo un poco jodido para las transferencias podríamos adaptarla a casi las siete artes, como ser “Tiene el ojo de Borges para la pintura”, o “Tiene la pata del capitán Cook para la danza”…
Lo de Roberrt Redford es mucho más suave, aunque a decir verdad, y t al vez sea sólo una apreciación personal mía, todo lo de Redford es más suave, hasta las salsas: “Él tiene la capacidad de concentración de un relámpago.” Que, contrastándolo con la parla viperina y filosa de Oscar Wilde cuando aseguraba que “algunos causan felicidad a donde sea que van, otros cuando se van” es más para preescolar que para teatro de revistas.
Cuando se pone interesante es cuando existe un ida y vuelta, el retruco siempre es sorpresivo. Hace un tiempo leí una anécdota de la que, lamentablemente (y si acá alguno de mis lectores puede ayudarme y sacarme de esta lamentable laguna mental será eternamente agradecido) no recuerdo sus protagonistas. La cosa es que uno de ellos, esperando una respuesta a una inquietud urgente le escribió una carta a su interlocutor sólo con un signo, en medio del papel escribió un gran “?”. Al cabo de un tiempo recibió la contestación, otra hoja en blanco, sólo con un gran “!” escrito en tinta negra.
Pero, bueno, que la anécdota no contenía insultos, así que volvamos al tema que hoy nos reúne. Le decía que la cuestión se pone más entretenida cuando el insultado logra sobreponerse al primer golpe y responde con la misma violenta elegancia. Como fue el caso del Conde de Sandwich y John Wilkes. El noble inglés le dijo al periodista y político Wilkes que “Usted, señor Wilkes, va a morir o de viruela o en la horca.» A lo que el defensor de los comunes en la Cámara Baja le respondió: «Eso depende, señor, si abrazo a su señora o a sus principios.» ¿No me diga que no es para patearle la mandíbula al bueno de Wilkes?
Para terminar, les dejo este excelente intercambio de flores entre el mencionado Winston Churchill y el escritor y dramaturgo George Bernard Shaw, que parece mucho no se querían.
«Tengo dos entradas para el estreno de mi nueva obra; trae un amigo… si es que lo tienes» fue la “cordial” invitación de Bernard Shaw a Churchill. Invitación que amablemente declinó el polítco inglés con la rase: «Lo siento, no puedo ir la primera noche, lo intentaré la segunda si es que la hay».

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